3 de abril de 2009

Explorando Venezuela

EXPLORANDO VENEZUELA

  "Procura que los años se llenen de vida antes de que la vida se llene de años" 

                       Abraham Lincoln


Es el verano del 2007 tres alpinistas y dos biólogos volamos a Venezuela, calificada como “esa gran desconocida del Caribe”. Disponemos de un mes para explorar estas tierras tan prometedoras, ubérrimas, llenas de rebosante naturaleza y cómo no, de altas montañas.

Nos encontramos en la patria del Libertador comenzando en la ciudad que lleva su nombre: Ciudad Bolívar. Bañada por el caudaloso Orinoco y ornamentada por el famoso puente de la Angostura, tiene abundante pesca, con especies como el pez gato, que más bien parece un tiburón en miniatura. Sin apenas darnos cuenta las nubes descargan un fuerte aguacero en cuestión de minutos: es una forma de recordarnos que nos encontramos en la época de lluvias.

PARQUE NACIONAL CANAIMA
Salto Ángel

Fue el 25 de Marzo de 1935 cuando el aviador norteamericano Jimmy Ángel, intentando una lucrativa búsqueda de diamantes, descubre accidentalmente un salto de agua hasta aquella fecha desconocido; se le atribuyó en principio una caída de kilómetro y medio. Un poco más tarde en 1937, el mismo Jimmy consigue aterrizar en la cima del tepuy pero la avioneta queda inutilizada, tardando 11 días en realizar un penoso descenso. Los años pasan y en 1970 el ejercito consigue rescatar el aparato que finalmente es trasladado a Ciudad Bolívar.

En la localidad de La Paragua embarcamos en una avioneta, rumbo al Parque Nacional de Canaima, que tantas veces hemos visto en las fotos. Con apenas espacio para nosotros y las mochilas, en casi una hora de apretado vuelo divisamos los principales saltos de agua: por fin estamos en Canaima.



Aquí el río es la autopista y las canoas a motor sus vehículos, los golpes de agua acaban por empaparnos a todos. Visitamos el salto de Ukaima que es predecesor de lo que nos espera en el Auyan Tepuy los próximos días. Ahora navegamos por el río Carrao donde la naturaleza alcanza su dimensión más salvaje en este área denominado la Gran Sabana. Recordemos que Canaima tiene 3 millones de hectáreas. Nuestro guía de la etnia pemón nos avisa de que para mañana el destino es el Campamento Ratoncito.



De repente un claro, la imaginación se desborda, el aire adquiere una sensación mágica, su visión nos paraliza. Es el Salto Ángel abriéndose paso entre la densa niebla, sus 979 m de caída lo acreditan como la mayor catarata del planeta. Para llegar a ella y sin perder tiempo nos internamos en el frondoso sendero que nos conduce por un ambiente selvático, impregnados en un constante sirimiri. No pueden faltar las orquídeas, flor nacional de Venezuela, la hormiga 24 horas cuya picadura produce un escozor que puede durar un día, ni las hormigas legionarias. Después de las últimas rampas llegamos a la base, el agua cae pulverizada con un radio de acción considerable, produciendo frecuentes ráfagas de viento. La visión hacia arriba es alucinante.



Algunos ríos son de color rojo debido a unas sustancias originadas por la descomposición vegetal llamadas taninos. No tenemos saco, dormimos en chinchorros, como aquí se denomina a las hamacas, y aunque un poco estrafalario no resulta nada incómodo. De regreso visitamos el Salto del Sapo introduciéndonos en su interior y atravesando la cascada bajo la gran cortina de agua. La sensación es indescriptible, el estruendo y la fuerza del agua casi impide la respiración. También, encontramos algún visitante no deseado como la serpiente de terciopelo muy pequeña, mimética y mortal. Ese día vemos amanecer en Canaima por última vez.



RORAIMA TEPUY

A unos 400 km del Salto Ángel hay un paraíso llamado Roraima. Como tepuy más popularizado y famoso, será nuestro hogar durante la próxima semana. La aventura comienza en San Ignacio de Yuruaní, desde donde el rústico, vehículo todo terreno, nos acerca al poblado de Paraytepuy.

Otorgándoles el nombre de “islas ecológicas” los tepuyes tienen su propio ecosistema. Aparecieron hace unos 1500 millones de años tratándose de los restos de un cobertura sedimentaria sobre un complejo granítico ubicado entre el borde norte de la cuenca del río Amazonas y el río Orinoco, siendo de las montañas más antiguas de la Tierra. Emergen en la llanura verde de la Gran Sabana como mesetas de roca, predominando en su cima el clima tropical húmedo.

El trekking al principio discurre por zonas con escasa vegetación, pero a medida que avanzamos todo se hace más frondoso teniendo que cruzar los primeros arroyos, hasta llegar al río Tek. Las enormes mesetas de piedra se hacen más grandes y con el paso de las horas todo queda envuelto en un halo de misterio, la niebla y la persistente llovizna son nuestros compañeros de viaje. Los primeros indicios de fauna hacen presencia, primero unos osos hormigueros y más tarde una serpiente, que afortunadamente no era la terrible mapanare. Existen más de 2300 especies de flora y de ellas el 65% son endémicas: un paraíso para los biólogos.

Después del segundo día afrontamos la pared del tepuy, tenemos una brecha por la que atacamos para alcanzar la planicie, pero antes es preciso cruzar varios torrentes, algunos precipitándose desde lo alto, como el Salto de las Lágrimas, que nos empapa sin dilación.

Ya arriba estamos prácticamente en un territorio inexplorado, inhóspito, que constituye un trasfondo único para narraciones fantásticas. Vemos una curiosa piedra en posición horizontal guardando equilibrio mortal, recibe el nombre de “La Tortuga” y poco mas tarde en el suelo aparece un bichito, es una rana negra diminuta, se trata de la Oreophrynella Quelchii única en el mundo. El Chorro de los Enamorados, las Columnas, el Sillón de Piedra... moverse por estos vericuetos es descubrir un escenario irreal a cada paso.

Con la desbordante humedad no es posible secar la ropa, ya mojada desde hace varios días, y nuestra piel muestra los efectos de los puri puri, los indeseables mosquitos diminutos que hasta ahora nos acompañaron. Por la tarde visitamos un campo de cristales con curiosas y caprichosas formaciones de cuarzo, observamos plantas insectívoras como la Heliamphora o la Drosera y algunas curiosas orquídeas con hongos en las raíces, totalmente adaptadas al medio. La puesta en escena parece de ciencia-ficción.

Aquí a las zonas de vivac se les llama “hoteles” y una precaria cueva llamada “Hotel San Francisco” ha sido nuestro hogar durante estos inolvidables días. A pesar de las condiciones meteorológicas siempre serán de gratísimo recuerdo, sobre todo para Ignacio que tuvo la originalidad de celebrar allí su cumpleaños.

Nos queda un incierto regreso por el “mundo perdido”, las lluvias han provocado crecidas en los torrentes y en ocasiones en el vadeo el agua nos llegará hasta la cintura. Encontramos otra serpiente que en este caso es una ratonera. Aquí las condiciones de vida son tan hostiles que ya no encontramos mas habitantes por la zona. Antes de abandonar el lugar hacemos cima en el punto mas alto del tepuy, la cima Maverik a 2725 m.

DELTA DEL ORINOCO

Hablando de Venezuela no es posible descartar el Orinoco. Enclavado en el extremo noreste del país desemboca formando un delta de 50 000 km2. Desde Tucupita tomamos una canoa a motor y navegando a toda máquina observamos las primeras ceibas, los árboles más grandes del lugar. El delta es también una espléndida despensa pues nos proporciona mangos y otros frutos, con un poco de destreza y un machete Alex, el guía, nos ofrece el nutritivo líquido de los cocos.

Al cabo de 5 horas de navegación estamos en nuestro destino, una pequeña localidad llamada Yabinoko, ubicado en el caño Manamo. Se pone el sol en el delta, las garzas y los luminosos ibis escarlata emprenden sus vuelos rasantes para dormitar mientras algún delfín de agua dulce chapotea juguetonamente con las tranquilas y reposadas aguas del Orinoco.

Fieles a nuestra filosofía de la autenticidad, desdeñamos los fuera-borda y al día siguiente remamos en curiaras, las canoas locales, para navegar como los lugareños, los waraos. La frondosidad parece cerrarnos el paso pero por un ramal del caño nos adentramos durante unas horas y poco a poco vamos escudriñando los secretos naturales que encierra este río. Nos sorprende el cacao de agua y Alex nos enseña unos llamativos y voluminosos árboles llamados sangritos, al poco comprendemos el porqué, al asestarles un golpe con el machete en unos segundos se desprende una savia roja y pastosa como la sangre. La planta de ágave tiene propiedades medicinales y aquí la encontramos en su ambiente natural.

La noche palpita enigmática y las tímidas lucecillas de los poblados se dejan ver. Bebiendo ron y charlando, el pueblo warao descansa en su lecho fluvial. El amanecer es tan siniestro como la noche, el río arrastra infinidad de plantas, principalmente jacintos de agua, que posteriormente mueren al entrar en contacto con el agua salada, no sin antes completar varios ciclos, aguas arriba y aguas abajo, con las mareas.

Iniciamos la visita a los poblados warao. Sin lugar a duda los primeros visitantes apreciaron en los canales gran similitud con la ciudad de Venecia y de hay el nombre de Venezuela. Las casitas sobre pilotes construidas íntegramente con la madera de moriche, la fabricación artesanal de las curiaras ahuecando un tronco y posteriormente ahumándola para taponar los poros de la madera, su artesanía popular y la pesca son la vida y el sustento de sus moradores.

No obstante, en el aire se respira un ambiente de monotonía y rutina electrizante. En el reducido espacio de su habitáculo se agolpan las familias, abundan los chinchorros y cocinan con el fuego. A pesar de la reciente instalación de generadores y de líneas eléctricas no invierten en lavadoras ni neveras pero sí en televisores y equipos de música.

El espacio físico condiciona la vida de estos moradores del delta, limitándose a unas casas sin paredes y al espacio del muelle, paralelo a la orilla y que une las mismas. Los desperdicios son acumulados debajo de la vivienda, con toda la insalubridad que ello implica. Los niños tienen un aspecto saludable en lo que se refiere a su alimentación pero están desaseados y visten ropas sucias y viejas. De poco sirve dotar de medios cuando no hay cultura.

En la travesía por el Orinoco observamos en la copa de los árboles monos araguatos y nos advierte el guía de no acercarnos pues bombardean a los intrusos con orina y excrementos irritantes. Con mayor dificultad aparecen tucanes y guacamayos y observamos algunas arañas de proporciones ciclópeas. Nos despedimos del delta donde convivimos estos días lejos de las nauseas de la ciudad, del humo de las discotecas, del ruido de los motores, de la prisa y de nuestros quehaceres rutinarios, Los Llanos nos están esperando.

LOS LLANOS

Los primeros en instalarse en el vasto territorio de Los Llanos fueron los misioneros españoles Capuchinos y Franciscanos a principios del siglo XVI. Dominado por los esteros, depresiones junto a los ríos que se llenan con las aguas fluviales durante la estación lluviosa, se trata de una planicie con una superficie equivalente a España.

Desde San Fernando de Apure entramos en contacto con Ramón “Barriga”, un llanero orgulloso de serlo y que no cambiaría este medio tan duro por nada. Lleva 22 años trajinando ganado y últimamente en su hacienda trabaja más el turismo con visitantes como nosotros, sobre todo en los meses del estío. De diciembre a mayo discurre el aquí llamado verano, la tierra se seca y queda ajada, el resto del año están como pez en el agua.

Nuestra primera incursión es en el río Guaritico, un mundo vegetal y enigmático, sin saber qué nos deparará el discurrir del día. Las aves son lo primero que divisamos, un hoatzín con sus exuberantes plumas, también cormoranes y garzas con más 2 m de envergadura: la riqueza faunística de estas tierras es insospechada.

Nos alojamos en un hato, hacienda de campo destinada a la cría de ganado, llamado Rancho Grande. Tan pronto hace sol como, al poco, las nubes descargan uno de sus aguaceros tropicales: como se suele decir llueve a cantaros. Durante esta época es frecuente el desbordamiento de los ríos pues como dice el nombre “Los Llanos”, apenas hay 15 cm de desnivel medio por km.

Próximos al hato una familia de capibaras juguetea afablemente, se trata de los mayores roedores del mundo llegando a pesar los adultos 60 kg. El recorrido ecuestre es una vivencia obligatoria en los esteros, saber montar a caballo es para el llanero como tener el carné de conducir para nosotros. Se calcula que en la actualidad hay medio millón de reses en estas haciendas, principalmente búfalos, vacas y el cebú venezolano. La degustación de su carne es obligatoria.

Ramón nos explica la diferencia entre los cocodrilos y los babas, que es como se denomina al caimán en Venezuela. El atardecer y las puestas de sol son idílicas en Los Llanos, horizonte y tierra se conjugan y adquieren esa sintonía mimética que identifica estas ubérrimas tierras.

Las anacondas son las señoras de los esteros, reptiles enigmáticos y sobrecogedores como ninguno. En el hato tuvimos una bebé de 2,5 m. Fue al regreso en el todo terreno cuando algo nos llama la atención, al principio no se ve claro, nos detenemos y sigilosamente conseguimos acercarnos. Es una terrorífica anaconda de 8 m en acción, ha capturado una oveja y la escena es tan fascinante como aterradora. Permanece largos minutos presionando con los anillos mortales hasta conseguir asfixiarla y comienza la minuciosa labor de engullirla. Lentamente tantea la cabeza y sus mandíbulas dotadas de elementos elásticos, hacen lo propio. Justo a la altura del cuello los anillos presionan con estremecedora fuerza, oímos como fractura los huesos pero no le es posible tragarla, la serpiente frustrada e incapaz abandona el banquete.

También tenemos pesca y en esta ocasión las cazadoras pirañas son las que se convierten en cazadas, con un equipo primitivo pero eficaz capturamos diez ejemplares en media hora. No están nada mal, su sabor asemeja al lenguado pequeño. Pero llega la hora de partir, otro capítulo más de Venezuela en unas tierras entrañables e inolvidables: los Andes nos aguardan.

CORDILLERA DE MÉRIDA
Picos Humbdolt y Bolivar

A partir de este momento nos dividimos: nuestros compañeros biólogos se dirigirán hacia la costa. Para todos aquellos que nos encontramos imbuidos por el mundo de la montaña la palabra Andes encierra desafíos sin parangón y una tendencia incólume. Es aquí en Venezuela donde empieza la cordillera más larga del mundo. Llegando a Mérida, puerta de los Andes, respiramos el ambiente de bullicio, propio de una ciudad universitaria. Fundada en 1558, nos muestra sus casas multicolor y calles llenas de vida sobre todo cuando los estudiantes se licencian. Una visita obligada es la heladería de Coromoto, la cual presume de poseer unos 600 sabores diferentes tan originales e inverosímiles como el helado de pulpo, garbanzos, trucha, etc. Tiene gran afluencia turística en los meses del estío.

La Cordillera de Mérida está coronada por el Pico Bolívar con sus 5007 metros. Para entrar en el Parque de Sierra Nevada es preciso contratar un guía siguiendo las directrices de su normativa. Analizadas las ofertas en diferentes agencias, algunas nos comentan detalles que hacen que nos decantemos por la opción mas viable, partiendo en el teleférico hasta la tercera estación, Loma Redonda, a unos 4000 metros, donde aclimataremos a marchas forzadas.

El teleférico de Mérida data de 1958 y presume de ser el más largo más alto y con mayor desnivel del mundo. La ciudad se enorgullece del ingenio mecánico, construido por especialistas franceses, los cuales dirigían la mano de obra formada por habitantes de sus montañas acostumbrados a la rigurosidad del páramo.

Nuestra aclimatación continúa con un recorrido hasta un lugar denominado Alto de la Cruz, a 4225 m. Desde este punto puedes continuar hasta el pueblecito de Los Nevados u optar por la ascensión al Pico Toro de 4755 m; como nuestro estado es favorable continuamos la ascensión a pesar de lo escarpado de las paredes y en 4 horas conseguimos hacer cima.

En la siguiente jornada es preciso alcanzar la Laguna Timoncito para intentar el Pico Bolívar. Partiendo del Pico Espejo hemos de recurrir al rappel para acceder al campamento base. Una vez allí, desde la Laguna, iniciamos las rampas de hielo y al poco nos encontramos una cordada con escasa experiencia y que provoca un retraso de 1 hora. Siguiendo por el paso de Roca Táchira aparecen tramos de hielo verticales, después otros más cortos hasta el collado La Ventana, y desde allí la cima de Venezuela presidida, como no, por el busto de Simón Bolívar.

Al día siguiente, descendiendo hasta la Laguna Verde el paisaje experimenta mutaciones a cada paso que damos. ¡Qué desapercibidos pasaban para nosotros los Andes Venezolanos y qué joya del andinismo encierran! Las noches son frías pero afortunadamente no acampamos en nieve, lo ideal es el saco de plumas.

Levantándonos a las 4 de la madrugada con algún líquido caliente en el cuerpo, nos ponemos en ruta: la estilizada silueta del Pico Humboldt va ganando nitidez a medida que las dorsales andinas se van esclareciendo. Justo al amanecer nos encontramos en la base del glaciar y a partir de este punto nos encordamos para progresar en ensamble. Los crampones apenas penetran en el hielo, que más parece una piedra, siendo la pendiente muy pronunciada al principio, de unos 50º, pero que poco a poco va cediendo mientras los tímidos rayos solares nos acarician. Tras una larga hora de peleona ascensión por el glaciar del coloso andino sólo nos separa de la cima una pared de roca descompuesta. Superada esta coronamos los 4942 m de la segunda cima venezolana.

Las dos jornadas siguientes continuamos el descenso pasando por la laguna de Coromoto e internándonos en el llamado bosque nublado que tiene todas las características de selva de altura: gran frondosidad, caminos embarrados de difícil progresión y pluviosidad muy acentuada. Finalmente llegamos a la población de La Mucuy para salir en rústico hacia Mérida donde cenamos opíparamente con el guía y el porteador.

Aquí termina nuestro periplo por estas tierras venezolanas, donde hemos recorrido algunas de las maravillas naturales que encierra nuestro planeta. Ya solo nos queda regresar a la capital Caracas, para desde allí tomar el vuelo de regreso a casa con la satisfacción de haber conseguido de nuevo aplacar nuestros deseos de exploración y conocimiento.


Texto Javier Fernández López
Fotos Óscar Díez Higuera, Javier Fernández e Ignacio Bregel

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