20 de mayo de 2020

SUPERVIVENCIA EN MONTAÑA Y ZONAS ÁRTICAS Y ANTÁRTICAS



SUPERVIVENCIA EN MONTAÑA
Y ZONAS ÁRTICAS Y ANTÁRTICAS

“Si sabes que tienes hombres que solo vendrán porque conocen que ya hay un buen camino, a mí no me sirven.  A mí me interesan los hombres que vienen porque saben que no existe ningún camino
                                                                            David Livingston.


          El mundo de la montaña no es una playa de arena, si esto lo hubieran tenido en cuenta diez estudiantes y sus profesores seguro que estarían vivos.

          EQUIPAMIENTO Y PREPARACIÓN

          Fue el jueves 15 de abril de 1954. Un grupo de jóvenes de entre 14 y 16 años salieron con dos profesores y una mujer a dar un paseo en la zona de Dachstein (Alpes austriacos). Ninguno había tomado desayuno caliente y el profesor, Hans Siler, cambió la ruta en el último momento sin comunicarlo al director de la escuela de deportes de Obertraum. Tanto él cómo los alumnos iban equipados de forma deficiente, con el objetivo de ascender el pico Gjaidalm de 2100m.

          Pasando por un hotel de montaña le advierte la propietaria de la tormenta que se avecina, hacen caso omiso y una hora después empezó a nevar en la cima del Gjaidalm, la espesa nevada lo cubrió todo y el Dachstein engulló a sus víctimas. Ya no las liberaría con vida.

          Tras 9 días de búsqueda sale el sol y a media hora de donde encontraron una mochila un gendarme es el primero en ver una mano que emerge de la nieve, congelada claro está, se trataba de uno de los alumnos de 17 años, en un principio parecía que tenía 40 años pero el frío lo había desfigurado de tal forma, que el rostro estaba desencajado, los rasgos reflejan el sufrimiento de las últimas horas. Con sondas de varios metros prosigue la búsqueda y aparecen más cadáveres. En total 10 estudiantes y sus 3 profesores.


          La tragedia de Dachstein fue la mayor desgracia en la zona de Obertraum desde hacía 100 años, cuando 10 trabajadores murieron en la nieve a consecuencia de un alud que enterró a sus víctimas, pero la muerte de los profesores y los estudiantes fue culpa de ellos mismos.

          El equipo era insuficiente, tampoco habían prestado oído a las advertencias de los lugareños, ante la inminente tempestad de nieve. En vez de construir un vivac para soportar el temporal agotaron sus fuerzas luchando en vano contra la naturaleza hasta caer exhaustos y morir congelados cuando los grupos de salvamento estaban en camino.

          ROPA DE ABRIGO Y CALZADO                  ADECUADO

          Año tras año la historia se repite, no se tiene en cuenta la diferencia de altitud que salvamos en los teleféricos, funiculares, trenes cremallera, etc. Es una carga para el corazón y la circulación de la sangre, también se ignora que la temperatura puede descender abruptamente hasta en 20 ºC y la ropa veraniega no ayuda nada contra el frío.

          En 1961 tres jóvenes de edades comprendidas entre los 15 y 18 años treparon al Wilden Kaiser la ropa era idónea para un sol radiante pero no para la meta que se habían marcado y a 1900m los jóvenes tropiezan con nieve. Ocho vigilantes de montaña les buscaron durante toda la noche. Al final rescatan a los tres, medio muertos de frío.

          Actualmente muchas personas viajan por placer o cuestión de negocios en avionetas privadas o vuelos chárter con destinos como el Mediterráneo, la cálida Florida o California o un cómodo aeropuerto con todo el confort de la moderna civilización. Y no es raro que pasen por zonas montañosas aisladas, bosques nevados y cumbres de difícil acceso sin llevar a mano ropa de abrigo.

          El 14 de junio de 1956 despegó de Lebanon, en el estado de Oregón, una avioneta biplaza con dirección a Minneapolis iban un dentista, Ralph Johnston y un predicador evangelista, Hanson. El avión jamás llegó. Un año después en agosto de 1957 un grupo de exploradores recorría un valle al pie de la montaña de 2000m conocida como La Hermana. Tras algunos matorrales secos, los jóvenes descubren el avión desaparecido. En el aterrizaje había sufrido sólo ligeros desperfectos y estaba medio colgado al borde de un precipicio. Alrededor de una ventanilla de la cabina había una cuerda atada, por la que habían descendido los dos hasta el suelo. Entre las ruedas yacía el dentista y el cadáver de Hanson fue hallado a unos kilómetros de allí. Parece que resultó ileso y emprendió camino en busca de ayuda, murió de frío en una noche especialmente helada. Investigaciones posteriores revelan que sólo disponía de un ligero traje de verano.

          También durante la Segunda Guerra Mundial algunos pilotos al efectuar aterrizajes forzosos, por comodidad, omitieron vestir su equipo reglamentario al sobrevolar zonas árticas. En 1943 el piloto de un avión de entrenamiento despegó de un campo de aviación militar en Alaska para realizar un vuelo de 200km y muy confiado sólo llevaba un equipo ligero de vuelo con zapatillas de deporte. Cuarenta minutos después hubo de aterrizar en un camino debido a una avería en el motor. Alertando a una patrulla de rescate, ésta fue a buscarlo y cuando lo localizaron ya tenía los pies congelados.

          Tan descuidados son los turistas en cuanto a la elección de sus ropas como con el calzado. En una ascensión al Zugspitze a través del Höllental, (Alpes suizos) en el verano de 1953, se encontraron con tres jóvenes de 14 a 16 años que iban descalzos, sus zapatos de calle se habían hecho trizas por el camino.

          No es de extrañar que estos “turistas de zapatos de calle” sufran repetidamente accidentes, en ocasiones mortales. No fue muy distinto lo que sucedió en el verano de 1968 a un joven de 18 años de Westfalia, con sandalias trepó por una pared de 150 metros en la zona de Seekar cuyo grado está entre IV y V, se acabó precipitando mortalmente.

          ALPINISMO

          La imprudencia de algunos alpinistas no sólo pone en riesgo su vida sino también la de sus equipos de rescate. La pared norte del Eiger (Alpes suizos) se cobró desde 1935 hasta 1962 veinte víctimas mortales, hoy en día se registran escaladas en solitario por la “pared de la muerte”. En ocasiones resulta excitante mostrar sus facultades a cientos de curiosos desde los balcones del hotel Grindelwald. Observando la escalada con prismáticos, en ocasiones pueden ser testigos de dramáticos intentos de rescate como sucedió con los españoles Rabadá y Navarro en agosto de 1963.

          En 1957 una cordada formada por dos alemanes y dos italianos se accidentó en la “pared de la muerte” y tras un prolongado y laborioso rescate, con peligrosos intentos, consiguen recuperar al italiano Corti herido y con avanzadas congelaciones. El otro italiano, muerto, permaneció durante dos años colgado en la pared. A los dos alemanes, Franz Mayer y Günter  Nothdurft, no se les descubrió hasta 4 años después de haberse despeñado. Estaban en un torrente pedregoso junto al flanco oeste del macizo del Eiger.

          El doctor Neureuther, médico de campaña de la guardia de montaña e investigador del Karakorum opina que si los turistas tuvieran al menos en cuenta las reglas básicas sólo se producirían una pequeña fracción de los accidentes. Ropa de abrigo y calzado adecuado e  informar a otras personas, como al dueño del hotel o al mesonero, del objetivo de la marcha y de la hora aproximada de regreso. Cuando se cambia el itinerario sin comunicarlo a nadie complicamos un posible rescate.

          REFUGIO

          Ningún excursionista debería ir sólo a la montaña. Incluso una herida mínima como una torcedura de tobillo puede ser mortal. En casos como el de Dachstein, cuando nos encontramos en plena tormenta, completamente desorientados, lo mejor es invertir las fuerzas en construir un refugio. En Alaska, Óscar y yo experimentamos que en un iglú, construido por noruegos, la temperatura era confortable (incluso 10 ºC más que en el exterior). Muchos montañeros habrían podido salvar su vida.

          Evert Stenmark, un sueco de 25 años, pasó en 1957 ocho días enterrado en la nieve dentro de un alud. Había salido a la caza de perdices blancas y allí fue alcanzado por la avalancha y lentamente fue engullido.

          Evert, que conocía bien la montaña, actuó bien desde el primer momento. Cuando iba siendo arrastrado por la nieve intentó de forma espasmódica movimientos de natación con los brazos. Al final, al detenerse la masa, Stenmark no queda profundamente enterrado y además  consigue de este modo asegurarse alrededor del cuerpo un pequeño espacio hueco y pronto pudo mover algo la cabeza. Pero al cabo de un tiempo se le acabó el aire perdiendo el conocimiento, después de 7 horas lo recupera (en ocasiones esto ha salvado a no pocos montañeros pues al estar inconscientes se consume menos oxigeno) Los rayos de sol habían permitido que se formara un pequeño canal que daba al aire libre, Sobre él lucía un cielo azul a través de la cobertura de la nieve. Sus piernas estaban bloqueadas por los enganches de los esquís y el peso de la nieve, trabajosamente consigue hacerse con el cuchillo y amplía el habitáculo, en una hora libera la mochila y se hace con las cuatro aves que capturó previamente, ya tenía algo para la cena. Se calentó con la mochila y bebió agua de nieve, que antes dejaba entibiar un poco dentro de la boca, sabía que dos amigos con los que había quedado le estarían buscando.

          Stenmark se da cuenta de que se encuentra junto a una rama de abedul, la limpió con cuidado y la empujó a través del techo hacia el aire libre. Le entró aire fresco. El cielo azul parecía estar al alcance de su mano, cayó en la cuenta de que nadie prestaría atención a una rama, de manera que volvió a bajarla, sacó de su billetero algunas entradas de cine rojas que coleccionaba por hobby, las sujetó bien a la punta del palo y volvió a sacarlo al exterior en señal de alarma. Con el deshielo la oquedad se hizo más grande, comía corteza de abedul, cuando se terminaron las perdices intentó comer la cera de los esquís, tenía miedo de que se congelaran sus pies. Sus dedos estaban rígidos y daba cuerda al reloj con los dientes. Al cabo de 8 largos días fue su hermano quien descubrió las entradas rojas, fue rescatado. Perdió los dedos de un pie y la cara inferior del otro, salvo el talón. Así fue como resistió en aquel protector iglú.

          Naturalmente la construcción de cobijo bajo la nieve sólo es de utilidad si el accidentado no espera a estar totalmente agotado para hacerlo, empieza inmediatamente después de desencadenarse el peligro. En la Pascua de 1959 a dos hombres y una mujer les sorprende una tempestad de nieve en Alpes a una cota de 3000m de altitud. El temporal duró 5 días y la brigada de salvamento de montaña había perdido toda esperanza de encontrarlos con vida. Gracias a su pronta reacción construyeron una precaria choza, suficiente para soportar dentro de ella el temporal que alcanzó 100km/h, cuando se hubo calmado, los presuntos muertos bajaron hasta el albergue y telefonearon.

          En la primavera de 1963 dieciocho esquiadores, alemanes y austriacos, fueron sorprendidos por la niebla y un temporal de nieve mientras se hallaban por encima de Berchtesgaden (Alpes Bávaros) rápidamente practicaron unos agujeros en la nieve. Los equipos de salvamento no esperaban ya encontrarlos con vida. Al cabo de tres días regresaron sanos y salvo.

          Ciertamente la permanencia prolongada en un iglú encierra sus peligros, el calor corporal al no existir ventilación, sobre todo si tenemos fuego humeante dentro puede producir desmayo y mareos, incluso la muerte. En algunos casos alguna apertura a sotavento de forma periódica soluciona el problema.

          NEGLIGENCIAS

          A menudo la más mínima negligencia puede conducir a graves congelaciones. Cuando un piloto norteamericano tuvo que tomar tierra en el Ártico por falta de combustible en el verano de 1951 pidió ayuda a la base más cercana, prometieron recogerle la mañana siguiente. Por exceso de confianza descendió de su avión y contempló el paisaje y pateó unas horas, su calzado, inadecuado se mojó y el frío de la noche hizo el resto. Cuando fue rescatado la única solución era amputarle todos los dedos de los pies.

          NUESTRO CUERPO Y EL FRÍO

          Tanto los dedos de las manos como los de los pies son lo más vulnerable a la congelación, junto con la nariz y las orejas. Es muy importante que no se produzca deshidratación pues concentra la sangre aumentando las posibilidades de congelación. El peligro de congelación es todavía mayor en miembros rotos. La alteración de la circulación sanguínea y la falta de movimiento favorecen la penetración del frío, a menos que se consiga mantener al herido especialmente caliente. Las lágrimas y mucosidades también se congelan y al desprenderse o intentar arrancarlas dejan dolorosas heridas abiertas expuestas al frío.

          El intento de conciliar el sueño en medio de un intenso frío es difícil, el dormir en un ambiente frío se convierte en una empresa complicada. Mientras que algunos pilotos que aterrizaron en el Ártico no pegaban ojo, por miedo a perder el avión de rescate, otros que lo intentaron tampoco lo consiguieron. Un medio para ayudar al cansado cuerpo a dormir con ayuda del calor lo descubrieron hace pocos años los médicos norteamericanos M.B. Kreider y R. Buskirk, consiste en comer, antes de meterse en el saco unos bocados ricos en calorías y así se estimula el metabolismo y aumenta la temperatura corporal.

          FUEGO Y ALIMENTACIÓN

          Una de las primeras recomendaciones a los pilotos en la Tundra cuando se ven obligados a realizar un aterrizaje forzoso es encender un fuego. El piloto Bertram y Klausmann habían perdido las cerillas, no faltos de ingenio improvisaron con unos geniales componentes: magneto de arranque de motor, unos cables, un frasco vacío con algodón y unas gotas de gasolina. Los dos cables de la magneto se introducen en el cuello del frasco, se da un par de vueltas al cigüeñal y una chispa entre las terminaciones de los cables enciende el algodón. Con el delco de un coche (al menos de los de antes) se puede realizar una operación similar.

          Otra cuestión que pasa un poco desapercibida es la deshidratación, al ser entornos húmedos la sensación de sed se apaga, pero existe el peligro. En las bases árticas se obliga a los soldados a beber una determinada cantidad de agua aunque no tengan ganas. La sed se olvida un poco siempre con la prioridad del fuego y cobijo. Siempre que nos veamos obligados a consumir nieve o hielo lo mejor es cocerla con té o cubitos de caldo, añadiremos minerales, si no nos provocará diarrea acelerando más aun la deshidratación. Mientras un superviviente en el desierto o en el mar puede pasar largo tiempo sin alimentos sólidos, en latitudes frías sucede exactamente lo contrario, el cuerpo necesita calorías.

          El explorador norteamericano Adolphus Greely pasó los años 1881 a 1884 en el Ártico, en una de las 11 estaciones internacionales circumpolares. Vio morir de hambre a 16 de los 24 miembros de su expedición, cuando los barcos de avituallamiento los dejaron en la estacada con las provisiones que tenían. El 15 de junio de 1884, Greely escribe en su diario: “estamos consumiendo la piel externa (de foca) de nuestros sacos de dormir, asada o cocida. Hoy repartimos el último trozo”. Un miembro de la expedición echó mano a los escasos víveres de los supervivientes, fue fusilado. Cuando el barco de aprovisionamiento “Bear” se abrió paso al final hasta Greely, además de él sólo quedaban seis hombres con vida.

          La expedición de Umberto Nobile en 1928 había intentado aterrizar con el dirigible “Italia” en el Polo Norte pero tuvo que abandonar el objetivo y al emprender el regreso el dirigible aterriza forzosamente a unos 300km de Spitzberg. El 30 de mayo tres miembros de la tripulación del “Italia” deciden salir a pie intentando llegar a Spitzberg. Un rompehielos ruso, el Krassin, 45 días después vio a los hombres, y rescata a dos (uno muere al poco pues tenía las piernas congeladas). Es posible que los dos supervivientes hubieran devorado al tercero, hoy en día no se conoce la verdad. Un pequeño avión de rescate sueco llegó a los demás accidentados y el coronel Nobile, dando mal ejemplo, fue el primero en salvarse… más tarde, en Italia fue degradado.

          Cuando los exploradores polares tienen problemas con los víveres siempre tiene el recurso de los perros. Un miembro de la expedición de Shackleton, Macklin escribía “no tenía ningún reparo en comer perro asado, lo que no me entusiasmaba nada era comerlo crudo” por lo visto su carne es exquisita, ya cansados de tanta carne de foca, que sabía casi como la carne de carnero, afirman los expedicionarios. La principal dieta en el antártico consiste en focas y pingüinos. Los osos polares suministran una buena dosis de carne y grasa pero nunca comeremos su hígado al tener una dosis de vitamina A letal para nosotros.

          En diciembre de 1942 un B-26 acribillado a balazos y con el fuselaje destartalado cae al borde de un gran ventisquero en El  Labrador. No conocían su posición exacta pues el equipo de radio quedó inservible. En su país natal contaban que fueron derribados en tierras enemigas, por lo tanto nadie se molestó en buscarles. Ya el primer día, el radiotelegrafista, el ametrallador de popa y el copiloto prepararon un bote neumático para encontrar ayuda. Nadie volvió a verlos jamás. Los otros 4 hombres se apretujaron en el interior del fuselaje del aparato (en lugar de montarse un campamento fuera de él) intentando protegerse lo mejor posible del frío. Pasaron los días, semanas… El tercer día de penurias desfilaron unas cincuenta focas delante de sus narices, se les olvidó que eran comestibles. Intentan pescar peces cuando el hambre es insoportable. Las raciones de emergencia, caramelos, coca cola, dátiles y pollo enlatado las alargaron todo lo que fue posible. Pasaban los días metidos en los sacos, haciéndose más y más débiles cada día. Un mes después de la última anotación unos esquimales que iban de caza encontraron los cadáveres, venían del pueblo de Hebrón a pocos kilómetros del lugar del accidente.

          NO SIEMPRE ES OPORTUNO ESPERAR EL RESCATE

          Muchas personas murieron en el Ártico porque no efectuaron el más mínimo intento por ayudar a su salvación. Al menos disponer de señales de socorro: un fuego humeante, grandes signos de SOS marcados en la superficie limpia de nieve o de hierba, etc.

          En enero del 1963 un vuelo de Payne City a Fort Chimo (de EEUU a Canadá) tuvo que aterrizar cerca del Círculo Polar junto a un lago, por un frente de borrasca. Con la radio averiada también se desviaron de la ruta prevista y eran pocas las posibilidades de que los buscaran. El piloto indicó a los pasajeros que improvisaran un campamento aprovechando el fuselaje del avión y posteriormente marchó con un esquimal a pedir ayuda. Llegaron sanos y salvo a Fort Chimo a 100km de distancia, inmediatamente despegó un avión trineo que rescató a los seis pasajeros restantes.

          El 9 de mayo de 1957 un aviador, Steeves se ve obligado a eyectarse de su caza T-33  en la Sierra Nevada en California. Tiene que vagar durante 54 días comiendo fresas silvestres, hasta que encuentra a una mujer a caballo que le pregunta ¿qué hace usted aquí? Estás experiencias muestran de forma contundente que cuando no hay ninguna esperanza de ayuda exterior, lo mejor es “marcharse del frío”.

          EL “WITHEOUT”

          Un fenómeno meteorológico que hasta ahora ha costado la vida a muchos pilotos en las zonas árticas y antárticas es el llamado “whiteout”. Se produce cuando la luz reflejada por la nieve posee la misma claridad que la del ambiente brumoso, con un cielo cubierto por una informe capa de nubes grises. Desaparecen las sombras, de pronto no hay ningún horizonte, perdiéndose toda referencia de lo que es arriba y abajo y el concepto de la distancia. Se cuenta que un bombardero se metió en una nevisca durante un “whiteout” y se quedó allí incrustado. El piloto no se dio cuenta del accidente hasta que vio a su ametrallador de popa delante de su cabina andando. Un investigador en su día realizó un experimento en Groenlandia y escribió “Pinté algunas latas de cerveza metálicas de color negro y durante un “whiteout” las tiré sobre la nieve, después dejé que algunos soldados hicieran conjeturas sobre de qué podía tratarse, creían que las latas de cerveza eran toneles de gasolina negros a más de cien metros de distancia. El “whiteout” les había privado de la facultad de apreciar las distancias”. Lo mejor en este caso es esperar a que pase el “whiteout” y continuar el camino cuando las formas y contornos vuelvan a ser los habituales.

          Extractos de Manual de la supervivencia II      C.C. Troebst




































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