11 de noviembre de 2011

ANDES PERUANOS



ANDES PERUANOS
             “Mucho más que una disciplina para el cuerpo, el alpinismo es un lujo para el espíritu y un recurso para el alma”
                                                                                                        
                                                                                  Georges Sonnier

            Sobrevolamos las densas nubes que habitualmente ocultan la capital peruana. La garúa, esa fina llovizna que emana de la corriente Humboldt, hace su presencia y pocos instantes después, tomamos tierra en Lima. Morada de 10 millones de almas, es una de las ciudades más contaminadas del planeta con un gran pasado histórico aunque un tanto eclipsada a nivel turístico por su vecina Cuzco. Para los andinistas no es más que una ciudad de paso.



            Son 8 horas las que nos separan de Huaraz, la capital del andinismo. Se puede viajar por la noche con todas las garantías de seguridad contra delincuentes, incluidas fotos, videos y huellas dactilares que nos toman a todos los pasajeros antes de subir al bus. Ya al amanecer  disfrutaremos de las vistas al adentrarnos en el Callejón de Huaylas donde alcanzaremos la cota de los 4000m para luego descender hasta los 3100m donde se encuentra la ciudad.

            Es hace aproximadamente un siglo cuando comienza la historia del andinismo, protagonizada por los occidentales. En 1908 la norteamericana Annie Smith Peck asciende el Huascarán Norte al que, en aquella época, se calculaba una altitud de 7300m. Durante la década de 1930, alemanes y austriacos toman la iniciativa. Los montañeros Bernard, Heim, Borchers, Schneider y Kinzl dan el salto al andinismo consiguiendo 13 cimas y elaborando excelentes mapas, que aunque un poco obsoletos se pueden encontrar en el mercado aun hoy en día.

            La Guerra Mundial marcó un paréntesis, hasta que en 1948 se reanuda la exploración  con más fuerza que nunca, tocándole el turno al Nevado de Sta. Cruz por parte de una cordada suiza. Los años 1952 a 1956 son de acento francés, el veterano Lionel Terray lidera algunas expediciones haciendo cimas que por aquel entonces se consideraban inexpugnables, como el nevado Champara Oeste o los dificilísimos Chacraraju Noroeste y Taulliraju Norte. El propio Terray en su libro “Los conquistadores de los inútil” hace clara referencia a estas ascensiones catalogándolas como el mayor esfuerzo técnico realizado  hasta la fecha.


            Se suceden las incursiones europeas y los alemanes vuelven a escena consiguiendo en 1957 hollar la cima del nevado Alpamayo, considerada la montaña más bella del mundo. Poco a poco se va perdiendo a cuenta del número de entradas en la Cordillera Blanca, hasta que por fin, a remolque, llegamos los españoles. En 1961 se registra la primera extraeuropea capitaneada por Félix Méndez junto con Pedro Acuña, Jordi Pons, José M. Anglada y Salvador Rivas que consiguen abrir una vía en la Noreste del Huascarán Sur. La alegría de este logro se vio ensombrecida por la trágica muerte de Pedro Acuña durante el descenso al caer en una grieta.

            Así poco a poco se alcanzan todas las cimas y a partir de ese momento les toca el turno a las paredes con itinerarios de mayor dificultad.


            En 1985 la UNESCO declara el Parque Nacional del Huascarán patrimonio de la Humanidad. Está ubicado en un incomparable marco de alta montaña, con bosques de quenuales, árboles únicos capaces de sobrevivir a 4000 m, y con la Puya Raimondii, una bromeliácea que crece hasta los 10 m y sólo florece una vez en la vida, poco antes de morir.


            Desde la localidad de Mancos, en la carretera principal, una pista nos lleva hasta Musho donde contratamos  al los  arrieros e iniciamos la ascensión del Nevado Huascarán Sur que con sus 6768m corona la Cordillera Blanca. Continuamos ya a pie por un ancho camino que transita por la quebrada y pasando por un bosque de eucaliptos, en 6 o 7 horas nos situamos en el Campamento Base. El siguiente día los hitos nos indican la ruta por las llambrias del glaciar encontrándonos algún paso de grado III para instalarnos en el Campo Morrena.

             Al día siguiente, ya dentro del glaciar, la huella es evidente y tras pasar la Canaleta llegamos a un lugar llamado La Garganta donde situamos el Campo 2 para descansar antes de iniciar el ascenso hacia la cima en torno a la medianoche.  El frío es intenso pero el cielo despejado nos permite ver infinidad de estrellas fugaces que nos animan a seguir. Son las “lágrimas de San Lorenzo” que pueden verse todos los años a principios de agosto. Aún de noche llegamos al plató Inter-Huascaranes donde superamos una rampa de 65º y prosiguiendo por pendientes menos pronunciadas pero sorteando peligrosas grietas, hollaremos la cima al amanecer.

            Al pie del Huascarán visitamos el pueblo nuevo de Yungay y su Camposanto que actualmente es un monumento a los muertos en el desastre del 31 de mayo de 1970. Aquel día  un fuerte terremoto, de magnitud 7,8 en la escala de Richter sacudió el valle y una enorme masa de más de 10 000 m³ de hielo y rocas se desprendió de las laderas del nevado cayendo sobre las lagunas glaciares que se desbordaron. Ello provocó una avalancha de lodo y piedras  que descendió por el valle a una velocidad cercana a los 200 km/h. El pueblo de Yungay quedó borrado del mapa. Este desastre dejó unas 20 000 víctimas solo en la Provincia de Yungay  y más de 50 000 en todo el país. En la ciudad de Yungay solo sobrevivieron aproximadamente 300 personas. 


            El Chopicalqui con sus 6345m es otro de los grandes clásicos del andinismo peruano. Se accede por la Quebrada de Llanganuco ascendiendo por ella en vehículo hasta llegar a una amplia curva a la izquierda en la que hay unos bloques de hormigón. Emprendemos la marcha subiendo en zigzag y contemplando a lo lejos el Portachuelo de Llanganuco. Al poco aparece un bosque de quenuales que atravesamos y al final del cual hay varias carpas instaladas (en Sudamérica a las tiendas de campaña se les llama carpas).


             Ya se ve en lontananza el lugar del Campo avanzado al que nos dirigimos. Continuamos subiendo una enorme morrena por su parte derecha y finalmente la pendiente se hace más pronunciada situándonos en un resalte rocoso a 5100m donde acampamos en el Campo Base avanzado, muy próximos al glaciar. Transcurre la noche andina y auscultando el cielo divisamos algunas estrellas en ese firmamento propio de la latitud tropical. El segundo día cruzamos el glaciar debidamente encordados y sorteando amenazadoras grietas llegamos hasta el Campo 1. Durante la noche nieva copiosamente y se borra la huella de los días anteriores. El tiempo es bueno pero la acumulación de nieve fresca y la fatalidad, esa dama arisca e imprevisible, nos impide hacer cima.


            Subiendo la quebrada de Llanganuco, hacia la izquierda se sitúa el refugio Perú, ideal para atacar el Nevado Pisco 5752m. La anécdota del nombre no deja de ser simpática: cuando este nevado era virgen, una cordada hace cumbre y al no tener aún identificación, se  concede el derecho a darle nombre a los primeros que lo coronan. Después del descenso, esa noche empieza a circular el pisco, típico aguardiente de la zona, y copa por aquí, copa por allá, contentillos por el éxito y tras arduas deliberaciones, el nevado se queda con el nombre del licor. Parece ser que fue en 1951, cuando los franceses que por primera vez pisaron la cumbre, bautizaron el nevado en relación con  el pisco que se tomaron los porteadores después del éxito.

            Desde el refugio Perú se abre una morrena de buenas proporciones que ascendemos por un camino bien definido hasta encontrar una laguna donde se puede acampar para hacer cima al día siguiente. Nosotros ascendemos los 1000m de desnivel desde el refugio en una jornada. La vista desde la cima es de las más fotogénicas de la Cordillera Blanca, por estar el nevado en medio de dos circos glaciares, el de Llanganuco y el de Parón. 
 
            Desde la localidad de Paltay, siguiendo el río del mismo nombre, nos adentramos en la frecuentada Quebrada Ishinca en la que hay dos cincomiles antes del final de la misma. Se trata del Urus 5450m y del Ishinca 5530m que se pueden ascender en 6 u 8 horas. Suelen ser los primeros para muchos andinistas y sirven como toma de contacto, nosotros hacemos el “doblete” para afianzar la aclimatación. En condiciones normales basta con los crampones y el piolet de travesía.

            Bastante separada ya de Huaraz encontramos la Quebrada de Sta. Cruz, una de las más bellas del entorno. Su travesía lleva 6 o 7 días, contratando esta vez guías, arrieros y porteadores. Desde la localidad de Cashapampa partimos por la tarde y ascendiendo por la quebrada, varias horas después acampamos en un lugar nombrado Llamacorral. En la segunda jornada rodearemos la laguna, de singular belleza, y abandonando el valle empezamos a ganar altura hasta instalarnos en el Campo Base del Nevado Alpamayo que con sus 5947m fue declarado la montaña más fotogénica del planeta en el concurso fotográfico de Munich celebrado en 1966. 



            Al tercer día tenemos una dura ascensión, son 1000m de desnivel. Al adentrarnos en el glaciar observamos que los porteadores no han usado los crampones en su vida y tenemos que ajustárselos con nuestras herramientas, cosa que por supuesto tampoco llevan los guías. A los pocos minutos se les desprende una tienda y cae por una grieta… ya sólo nos quedan dos…Alcanzando la arista las imágenes que ven nuestros ojos quedaran en la retina para siempre. Son los dos extremos del alpinismo o andinismo en este caso. Por una parte la belleza de la imponente cara SO del Alpamayo con los tonos amarillentos del atardecer y por otra la sensación de impotencia ante el rescate del cadáver de un joven montañero polaco que se despeñó la semana pasada, quedando congelado al pie de la vía.


            Los guías con meticulosa premeditación evadieron la ascensión para la que les habíamos contratado: dejaron a la intemperie los infiernillos para que no funcionaran, tampoco subieron bombonas de repuesto ni comida suficiente... aparte de que la pérdida de la tienda nos da que pensar...  Francamente dudábamos que hubieran subido alguna vez el peñasco helado. Finalmente reclamamos a la agencia Nuestra Montaña (www.nuestramontana.com) todo lo pagado y los dólares nos fueron devueltos por la pasividad de los guías. Posteriormente nos enteramos de que los porteadores, que cumplieron su trabajo no cobraron. Se lo quedó el dueño de la agencia para compensar las pérdidas.


            De nuevo próximos a Huaraz tenemos un nevado de estilizada figura, el Vallunaraju que con sus 5680m presenta una inmejorable panorámica cimera. El vehículo contratado nos acerca hasta la Quebrada Llaca y el mismo día en pocas horas nos situamos en el Campo Base justo al pie del glaciar. Reponemos fuerzas con nuestro porteador que también hace las veces de cocinero. En este lugar experimento un picor anormal en los ojos a consecuencia de un edema facial causado por llevar mucho tiempo en altura. 

            Tenemos que acostarnos pronto pues partimos a las 3 de la madrugada. Salimos y sorteamos primero un espolón rocoso para continuar por un largo nevero glaciar hacia la cumbre.  Llegados a la base del hongo cimero al amanecer, tenemos la última dificultad técnica, un resalte helado, que superamos sin complicaciones. El mirador es un privilegio para la vista, posiblemente la mejor perspectiva del macizo de los Huascaranes.


            De regreso a Lima realizamos las últimas compras y degustamos la carne del cuy, una especie de hámster gigante con un sabor parecido al del conejo. Pero el plato más típico de la gastronomía peruana es el cebiche, plato de pescado y marisco crudo cortado en trozos pequeños y preparado en un adobo de jugo de limón, cebolla picada, sal y ají. Tampoco faltan las recetas más esotéricas como el extracto de rana que puede tomarse en pequeños establecimientos a partir de ranas vivas que escoge el propio cliente y que se toma con fines medicinales.

            El pasado del imperio incaico es algo por lo que siempre nos hemos sentido seducidos. Tanto en el Museo de la Nación como en el Museo del Oro se conservan vestigios de esta civilización ancestral hasta la llegada de los españoles. Una curiosidad, realmente algo que llama la atención, son los tumis, puñales incas de oro para sacrificios humanos. Entre los dos más importantes uno está en el Museo del Oro bien conservado gracias a que es una institución privada y el otro encontrándose en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología, fue robado en los años 80 y cuando la policía detuvo a los delincuentes ya lo habían fundido.

            En la Plaza de Armas de Lima se respira un aire cosmopolita, oímos todos los idiomas y el bullicio del estío se hace patente. Allí asistimos, controlados en todo momento por la policía antidisturbios, al cambio de guardia en el Palacio Presidencial y al concierto dominical de la banda de música. Echamos de menos la estatua de Pizarro, antes ubicada en una esquina de la plaza pero que actualmente ha sido desplazada a un parque a orillas del río Rimac. ¿Qué simboliza esa imagen para los peruanos? Difícil respuesta, tal vez la nostalgia de un pasado perdido, para unos, o la amputación de una parte de su historia que no acaban de asumir, para otros.


            Marchamos hacia España y en el aeropuerto tras el registro de rigor, no podía faltar el último show. Cuando Óscar entrega su equipaje de mano sospechan de unos libros de aspecto  antiguo y “puede que se trate de patrimonio nacional del Perú”, afirma convencido el agente de turno. Este hecho provoca su retención hasta 10 minutos antes de la salida del vuelo en  espera de un representante del Ministerio del Interior, que como era de suponer no apareció. Los libros se compraron en el Mercado Amazonas, una especie de Rastro permanente muy frecuentado en Lima y eran parte de una antigua enciclopedia francesa.

            Ya en vuelo y viendo en lontananza los nevados andinos, no ocultamos cierto temor: el de  haber despertado la ira de unas montañas, que un día, fueron dioses.


            Guión:           Javier Fernández López
            Fotografía:    Óscar Díez Higuera