3 de abril de 2009

Explorando Venezuela

EXPLORANDO VENEZUELA

  "Procura que los años se llenen de vida antes de que la vida se llene de años" 

                       Abraham Lincoln


Es el verano del 2007 tres alpinistas y dos biólogos volamos a Venezuela, calificada como “esa gran desconocida del Caribe”. Disponemos de un mes para explorar estas tierras tan prometedoras, ubérrimas, llenas de rebosante naturaleza y cómo no, de altas montañas.

Nos encontramos en la patria del Libertador comenzando en la ciudad que lleva su nombre: Ciudad Bolívar. Bañada por el caudaloso Orinoco y ornamentada por el famoso puente de la Angostura, tiene abundante pesca, con especies como el pez gato, que más bien parece un tiburón en miniatura. Sin apenas darnos cuenta las nubes descargan un fuerte aguacero en cuestión de minutos: es una forma de recordarnos que nos encontramos en la época de lluvias.

PARQUE NACIONAL CANAIMA
Salto Ángel

Fue el 25 de Marzo de 1935 cuando el aviador norteamericano Jimmy Ángel, intentando una lucrativa búsqueda de diamantes, descubre accidentalmente un salto de agua hasta aquella fecha desconocido; se le atribuyó en principio una caída de kilómetro y medio. Un poco más tarde en 1937, el mismo Jimmy consigue aterrizar en la cima del tepuy pero la avioneta queda inutilizada, tardando 11 días en realizar un penoso descenso. Los años pasan y en 1970 el ejercito consigue rescatar el aparato que finalmente es trasladado a Ciudad Bolívar.

En la localidad de La Paragua embarcamos en una avioneta, rumbo al Parque Nacional de Canaima, que tantas veces hemos visto en las fotos. Con apenas espacio para nosotros y las mochilas, en casi una hora de apretado vuelo divisamos los principales saltos de agua: por fin estamos en Canaima.



Aquí el río es la autopista y las canoas a motor sus vehículos, los golpes de agua acaban por empaparnos a todos. Visitamos el salto de Ukaima que es predecesor de lo que nos espera en el Auyan Tepuy los próximos días. Ahora navegamos por el río Carrao donde la naturaleza alcanza su dimensión más salvaje en este área denominado la Gran Sabana. Recordemos que Canaima tiene 3 millones de hectáreas. Nuestro guía de la etnia pemón nos avisa de que para mañana el destino es el Campamento Ratoncito.



De repente un claro, la imaginación se desborda, el aire adquiere una sensación mágica, su visión nos paraliza. Es el Salto Ángel abriéndose paso entre la densa niebla, sus 979 m de caída lo acreditan como la mayor catarata del planeta. Para llegar a ella y sin perder tiempo nos internamos en el frondoso sendero que nos conduce por un ambiente selvático, impregnados en un constante sirimiri. No pueden faltar las orquídeas, flor nacional de Venezuela, la hormiga 24 horas cuya picadura produce un escozor que puede durar un día, ni las hormigas legionarias. Después de las últimas rampas llegamos a la base, el agua cae pulverizada con un radio de acción considerable, produciendo frecuentes ráfagas de viento. La visión hacia arriba es alucinante.



Algunos ríos son de color rojo debido a unas sustancias originadas por la descomposición vegetal llamadas taninos. No tenemos saco, dormimos en chinchorros, como aquí se denomina a las hamacas, y aunque un poco estrafalario no resulta nada incómodo. De regreso visitamos el Salto del Sapo introduciéndonos en su interior y atravesando la cascada bajo la gran cortina de agua. La sensación es indescriptible, el estruendo y la fuerza del agua casi impide la respiración. También, encontramos algún visitante no deseado como la serpiente de terciopelo muy pequeña, mimética y mortal. Ese día vemos amanecer en Canaima por última vez.



RORAIMA TEPUY

A unos 400 km del Salto Ángel hay un paraíso llamado Roraima. Como tepuy más popularizado y famoso, será nuestro hogar durante la próxima semana. La aventura comienza en San Ignacio de Yuruaní, desde donde el rústico, vehículo todo terreno, nos acerca al poblado de Paraytepuy.

Otorgándoles el nombre de “islas ecológicas” los tepuyes tienen su propio ecosistema. Aparecieron hace unos 1500 millones de años tratándose de los restos de un cobertura sedimentaria sobre un complejo granítico ubicado entre el borde norte de la cuenca del río Amazonas y el río Orinoco, siendo de las montañas más antiguas de la Tierra. Emergen en la llanura verde de la Gran Sabana como mesetas de roca, predominando en su cima el clima tropical húmedo.

El trekking al principio discurre por zonas con escasa vegetación, pero a medida que avanzamos todo se hace más frondoso teniendo que cruzar los primeros arroyos, hasta llegar al río Tek. Las enormes mesetas de piedra se hacen más grandes y con el paso de las horas todo queda envuelto en un halo de misterio, la niebla y la persistente llovizna son nuestros compañeros de viaje. Los primeros indicios de fauna hacen presencia, primero unos osos hormigueros y más tarde una serpiente, que afortunadamente no era la terrible mapanare. Existen más de 2300 especies de flora y de ellas el 65% son endémicas: un paraíso para los biólogos.

Después del segundo día afrontamos la pared del tepuy, tenemos una brecha por la que atacamos para alcanzar la planicie, pero antes es preciso cruzar varios torrentes, algunos precipitándose desde lo alto, como el Salto de las Lágrimas, que nos empapa sin dilación.

Ya arriba estamos prácticamente en un territorio inexplorado, inhóspito, que constituye un trasfondo único para narraciones fantásticas. Vemos una curiosa piedra en posición horizontal guardando equilibrio mortal, recibe el nombre de “La Tortuga” y poco mas tarde en el suelo aparece un bichito, es una rana negra diminuta, se trata de la Oreophrynella Quelchii única en el mundo. El Chorro de los Enamorados, las Columnas, el Sillón de Piedra... moverse por estos vericuetos es descubrir un escenario irreal a cada paso.

Con la desbordante humedad no es posible secar la ropa, ya mojada desde hace varios días, y nuestra piel muestra los efectos de los puri puri, los indeseables mosquitos diminutos que hasta ahora nos acompañaron. Por la tarde visitamos un campo de cristales con curiosas y caprichosas formaciones de cuarzo, observamos plantas insectívoras como la Heliamphora o la Drosera y algunas curiosas orquídeas con hongos en las raíces, totalmente adaptadas al medio. La puesta en escena parece de ciencia-ficción.

Aquí a las zonas de vivac se les llama “hoteles” y una precaria cueva llamada “Hotel San Francisco” ha sido nuestro hogar durante estos inolvidables días. A pesar de las condiciones meteorológicas siempre serán de gratísimo recuerdo, sobre todo para Ignacio que tuvo la originalidad de celebrar allí su cumpleaños.

Nos queda un incierto regreso por el “mundo perdido”, las lluvias han provocado crecidas en los torrentes y en ocasiones en el vadeo el agua nos llegará hasta la cintura. Encontramos otra serpiente que en este caso es una ratonera. Aquí las condiciones de vida son tan hostiles que ya no encontramos mas habitantes por la zona. Antes de abandonar el lugar hacemos cima en el punto mas alto del tepuy, la cima Maverik a 2725 m.

DELTA DEL ORINOCO

Hablando de Venezuela no es posible descartar el Orinoco. Enclavado en el extremo noreste del país desemboca formando un delta de 50 000 km2. Desde Tucupita tomamos una canoa a motor y navegando a toda máquina observamos las primeras ceibas, los árboles más grandes del lugar. El delta es también una espléndida despensa pues nos proporciona mangos y otros frutos, con un poco de destreza y un machete Alex, el guía, nos ofrece el nutritivo líquido de los cocos.

Al cabo de 5 horas de navegación estamos en nuestro destino, una pequeña localidad llamada Yabinoko, ubicado en el caño Manamo. Se pone el sol en el delta, las garzas y los luminosos ibis escarlata emprenden sus vuelos rasantes para dormitar mientras algún delfín de agua dulce chapotea juguetonamente con las tranquilas y reposadas aguas del Orinoco.

Fieles a nuestra filosofía de la autenticidad, desdeñamos los fuera-borda y al día siguiente remamos en curiaras, las canoas locales, para navegar como los lugareños, los waraos. La frondosidad parece cerrarnos el paso pero por un ramal del caño nos adentramos durante unas horas y poco a poco vamos escudriñando los secretos naturales que encierra este río. Nos sorprende el cacao de agua y Alex nos enseña unos llamativos y voluminosos árboles llamados sangritos, al poco comprendemos el porqué, al asestarles un golpe con el machete en unos segundos se desprende una savia roja y pastosa como la sangre. La planta de ágave tiene propiedades medicinales y aquí la encontramos en su ambiente natural.

La noche palpita enigmática y las tímidas lucecillas de los poblados se dejan ver. Bebiendo ron y charlando, el pueblo warao descansa en su lecho fluvial. El amanecer es tan siniestro como la noche, el río arrastra infinidad de plantas, principalmente jacintos de agua, que posteriormente mueren al entrar en contacto con el agua salada, no sin antes completar varios ciclos, aguas arriba y aguas abajo, con las mareas.

Iniciamos la visita a los poblados warao. Sin lugar a duda los primeros visitantes apreciaron en los canales gran similitud con la ciudad de Venecia y de hay el nombre de Venezuela. Las casitas sobre pilotes construidas íntegramente con la madera de moriche, la fabricación artesanal de las curiaras ahuecando un tronco y posteriormente ahumándola para taponar los poros de la madera, su artesanía popular y la pesca son la vida y el sustento de sus moradores.

No obstante, en el aire se respira un ambiente de monotonía y rutina electrizante. En el reducido espacio de su habitáculo se agolpan las familias, abundan los chinchorros y cocinan con el fuego. A pesar de la reciente instalación de generadores y de líneas eléctricas no invierten en lavadoras ni neveras pero sí en televisores y equipos de música.

El espacio físico condiciona la vida de estos moradores del delta, limitándose a unas casas sin paredes y al espacio del muelle, paralelo a la orilla y que une las mismas. Los desperdicios son acumulados debajo de la vivienda, con toda la insalubridad que ello implica. Los niños tienen un aspecto saludable en lo que se refiere a su alimentación pero están desaseados y visten ropas sucias y viejas. De poco sirve dotar de medios cuando no hay cultura.

En la travesía por el Orinoco observamos en la copa de los árboles monos araguatos y nos advierte el guía de no acercarnos pues bombardean a los intrusos con orina y excrementos irritantes. Con mayor dificultad aparecen tucanes y guacamayos y observamos algunas arañas de proporciones ciclópeas. Nos despedimos del delta donde convivimos estos días lejos de las nauseas de la ciudad, del humo de las discotecas, del ruido de los motores, de la prisa y de nuestros quehaceres rutinarios, Los Llanos nos están esperando.

LOS LLANOS

Los primeros en instalarse en el vasto territorio de Los Llanos fueron los misioneros españoles Capuchinos y Franciscanos a principios del siglo XVI. Dominado por los esteros, depresiones junto a los ríos que se llenan con las aguas fluviales durante la estación lluviosa, se trata de una planicie con una superficie equivalente a España.

Desde San Fernando de Apure entramos en contacto con Ramón “Barriga”, un llanero orgulloso de serlo y que no cambiaría este medio tan duro por nada. Lleva 22 años trajinando ganado y últimamente en su hacienda trabaja más el turismo con visitantes como nosotros, sobre todo en los meses del estío. De diciembre a mayo discurre el aquí llamado verano, la tierra se seca y queda ajada, el resto del año están como pez en el agua.

Nuestra primera incursión es en el río Guaritico, un mundo vegetal y enigmático, sin saber qué nos deparará el discurrir del día. Las aves son lo primero que divisamos, un hoatzín con sus exuberantes plumas, también cormoranes y garzas con más 2 m de envergadura: la riqueza faunística de estas tierras es insospechada.

Nos alojamos en un hato, hacienda de campo destinada a la cría de ganado, llamado Rancho Grande. Tan pronto hace sol como, al poco, las nubes descargan uno de sus aguaceros tropicales: como se suele decir llueve a cantaros. Durante esta época es frecuente el desbordamiento de los ríos pues como dice el nombre “Los Llanos”, apenas hay 15 cm de desnivel medio por km.

Próximos al hato una familia de capibaras juguetea afablemente, se trata de los mayores roedores del mundo llegando a pesar los adultos 60 kg. El recorrido ecuestre es una vivencia obligatoria en los esteros, saber montar a caballo es para el llanero como tener el carné de conducir para nosotros. Se calcula que en la actualidad hay medio millón de reses en estas haciendas, principalmente búfalos, vacas y el cebú venezolano. La degustación de su carne es obligatoria.

Ramón nos explica la diferencia entre los cocodrilos y los babas, que es como se denomina al caimán en Venezuela. El atardecer y las puestas de sol son idílicas en Los Llanos, horizonte y tierra se conjugan y adquieren esa sintonía mimética que identifica estas ubérrimas tierras.

Las anacondas son las señoras de los esteros, reptiles enigmáticos y sobrecogedores como ninguno. En el hato tuvimos una bebé de 2,5 m. Fue al regreso en el todo terreno cuando algo nos llama la atención, al principio no se ve claro, nos detenemos y sigilosamente conseguimos acercarnos. Es una terrorífica anaconda de 8 m en acción, ha capturado una oveja y la escena es tan fascinante como aterradora. Permanece largos minutos presionando con los anillos mortales hasta conseguir asfixiarla y comienza la minuciosa labor de engullirla. Lentamente tantea la cabeza y sus mandíbulas dotadas de elementos elásticos, hacen lo propio. Justo a la altura del cuello los anillos presionan con estremecedora fuerza, oímos como fractura los huesos pero no le es posible tragarla, la serpiente frustrada e incapaz abandona el banquete.

También tenemos pesca y en esta ocasión las cazadoras pirañas son las que se convierten en cazadas, con un equipo primitivo pero eficaz capturamos diez ejemplares en media hora. No están nada mal, su sabor asemeja al lenguado pequeño. Pero llega la hora de partir, otro capítulo más de Venezuela en unas tierras entrañables e inolvidables: los Andes nos aguardan.

CORDILLERA DE MÉRIDA
Picos Humbdolt y Bolivar

A partir de este momento nos dividimos: nuestros compañeros biólogos se dirigirán hacia la costa. Para todos aquellos que nos encontramos imbuidos por el mundo de la montaña la palabra Andes encierra desafíos sin parangón y una tendencia incólume. Es aquí en Venezuela donde empieza la cordillera más larga del mundo. Llegando a Mérida, puerta de los Andes, respiramos el ambiente de bullicio, propio de una ciudad universitaria. Fundada en 1558, nos muestra sus casas multicolor y calles llenas de vida sobre todo cuando los estudiantes se licencian. Una visita obligada es la heladería de Coromoto, la cual presume de poseer unos 600 sabores diferentes tan originales e inverosímiles como el helado de pulpo, garbanzos, trucha, etc. Tiene gran afluencia turística en los meses del estío.

La Cordillera de Mérida está coronada por el Pico Bolívar con sus 5007 metros. Para entrar en el Parque de Sierra Nevada es preciso contratar un guía siguiendo las directrices de su normativa. Analizadas las ofertas en diferentes agencias, algunas nos comentan detalles que hacen que nos decantemos por la opción mas viable, partiendo en el teleférico hasta la tercera estación, Loma Redonda, a unos 4000 metros, donde aclimataremos a marchas forzadas.

El teleférico de Mérida data de 1958 y presume de ser el más largo más alto y con mayor desnivel del mundo. La ciudad se enorgullece del ingenio mecánico, construido por especialistas franceses, los cuales dirigían la mano de obra formada por habitantes de sus montañas acostumbrados a la rigurosidad del páramo.

Nuestra aclimatación continúa con un recorrido hasta un lugar denominado Alto de la Cruz, a 4225 m. Desde este punto puedes continuar hasta el pueblecito de Los Nevados u optar por la ascensión al Pico Toro de 4755 m; como nuestro estado es favorable continuamos la ascensión a pesar de lo escarpado de las paredes y en 4 horas conseguimos hacer cima.

En la siguiente jornada es preciso alcanzar la Laguna Timoncito para intentar el Pico Bolívar. Partiendo del Pico Espejo hemos de recurrir al rappel para acceder al campamento base. Una vez allí, desde la Laguna, iniciamos las rampas de hielo y al poco nos encontramos una cordada con escasa experiencia y que provoca un retraso de 1 hora. Siguiendo por el paso de Roca Táchira aparecen tramos de hielo verticales, después otros más cortos hasta el collado La Ventana, y desde allí la cima de Venezuela presidida, como no, por el busto de Simón Bolívar.

Al día siguiente, descendiendo hasta la Laguna Verde el paisaje experimenta mutaciones a cada paso que damos. ¡Qué desapercibidos pasaban para nosotros los Andes Venezolanos y qué joya del andinismo encierran! Las noches son frías pero afortunadamente no acampamos en nieve, lo ideal es el saco de plumas.

Levantándonos a las 4 de la madrugada con algún líquido caliente en el cuerpo, nos ponemos en ruta: la estilizada silueta del Pico Humboldt va ganando nitidez a medida que las dorsales andinas se van esclareciendo. Justo al amanecer nos encontramos en la base del glaciar y a partir de este punto nos encordamos para progresar en ensamble. Los crampones apenas penetran en el hielo, que más parece una piedra, siendo la pendiente muy pronunciada al principio, de unos 50º, pero que poco a poco va cediendo mientras los tímidos rayos solares nos acarician. Tras una larga hora de peleona ascensión por el glaciar del coloso andino sólo nos separa de la cima una pared de roca descompuesta. Superada esta coronamos los 4942 m de la segunda cima venezolana.

Las dos jornadas siguientes continuamos el descenso pasando por la laguna de Coromoto e internándonos en el llamado bosque nublado que tiene todas las características de selva de altura: gran frondosidad, caminos embarrados de difícil progresión y pluviosidad muy acentuada. Finalmente llegamos a la población de La Mucuy para salir en rústico hacia Mérida donde cenamos opíparamente con el guía y el porteador.

Aquí termina nuestro periplo por estas tierras venezolanas, donde hemos recorrido algunas de las maravillas naturales que encierra nuestro planeta. Ya solo nos queda regresar a la capital Caracas, para desde allí tomar el vuelo de regreso a casa con la satisfacción de haber conseguido de nuevo aplacar nuestros deseos de exploración y conocimiento.


Texto Javier Fernández López
Fotos Óscar Díez Higuera, Javier Fernández e Ignacio Bregel

2 de abril de 2009

Tanzania: los Hadza

EL PUEBLO HADZA DE TANZANIA

Durante el mes de julio del 2002, Javier Fernández y Óscar Díez, viajeros de León y Palencia respectivamente, anduvimos por el Este de África, en tierras de Tanzania y Kenia. Somos montañeros, y uno de nuestros objetivos fue ascender al techo de África Monte Kilimanjaro, y de paso recorrer algunos de los Parques Nacionales más importantes como el del Monte Kenia, Serengueti, Masai Mara y otros.

Durante la estancia en el Serengueti un grupo de españoles nos habló de los Hadza, una tribu de cazadores recolectores a los que visitaron y que les sorprendió por el primitivismo de su modo de vida. Así que decidimos ir nosotros también a visitarlos. Esta es una de las ventajas de viajar por cuenta propia: en cualquier momento puedes cambiar los planes o hacer cosas que no estaban previstas.

En el Norte de Tanzania nuestro centro de operaciones fue la ciudad de Arusha, donde se concentran la mayoría de los servicios de agencias, alquiler de vehículos y guías para recorrer la zona. Allí contratamos un todoterreno grande, con conductor y guía, para que nos llevaran a las orillas del lago Eyasi por donde se encuentran los Hadza. En el mapa adjunto puede verse la diversidad de pueblos y lenguas que se hablan en la zona, por lo que durante las últimas décadas han recibido la visita de estudiosos de todo el mundo.

Salimos de Arusha en nuestro vehículo, primero por asfalto, luego por una pista en obras, después por caminos, y al final campo a través por zonas extremadamente polvorientas, hasta llegar al poblado de Mangola, tras varias horas de viaje. Es un lugar de casas dispersas, sin luz ni agua ni servicio de ningún tipo, donde nos alojamos en un bar que disponía de algunas “celdas” para posibles viajeros. Como curiosidad, decir que ése día el lavado de dientes se hizo usando cerveza en vez de agua.

Al día siguiente contratamos un “guía local” que nos llevó hasta un campamento de los Hadza, y nos ayudó a comunicarnos con ellos, a la vez que nos explicaba algunas de sus costumbres y modo de vida. Durante nuestra estancia nos enseñaron cómo preparaban sus arcos y flechas, la forma de hacer fuego, sus métodos de caza, etc. Con las mujeres estuvimos recogiendo frutos y raíces salvajes que después cocinamos. Y entre todos nos enseñaron algunas de sus danzas y canciones.

Al llegar al campamento pensamos que todo aquello era un montaje para turistas, pero la verdad es que estos grupos siguen su modo de vida tradicional a pesar de los esfuerzos del Gobierno para asentarlos como luego veremos. Actualmente varias agencias de viajes están llevando pequeños grupos de “turismo de aventura”, lo que junto con otros muchos problemas como el choque con otros pobladores y colonos de la zona, augura un escaso futuro a este modo de vida.

A continuación explico algunas características y costumbres de este interesante pueblo basadas en nuestras observaciones y en información obtenida, ya de regreso, en nuestro país.

LA TRIBU DE LOS HADZA

En la actualidad quedan en Tanzania unos cientos de individuos de la tribu Hadza o Hadzabi (leído jad-sa-bi, que es como se llaman a sí mismos, aunque las gentes de la zona les llaman “bosquimanos”). Otros nombres son Tindiga o Kindiga. Su lenguaje es único, siendo característico el sistema de chasquidos que de vez en cuando introducen y que también se observa en los Bosquimanos del Kalahari.

Tal vez representen a los últimos cazadores recolectores de África y su modo de vida recuerda al de nuestros antepasados, que seguramente también anduvieron hace miles de años por estas tierras, donde se supone que se originó la especie humana (no muy lejos se encuentra el famoso yacimiento de Olduvai que también visitamos)

Los Hadza cazan, recogen plantas comestibles y miel, desplazándose continuamente por la zona del lago Eyasi en la que viven. Este lago es de agua salobre y uno de los principales problemas que se les presenta en la actualidad es el acceso a sus lugares tradicionales de obtención de agua potable, por la competencia de los otros pobladores de la zona. Aproximadamente cada dos semanas cambian el asentamiento de sus campamentos, formados por grupos de unos 15 adultos con sus niños, y se establecen en otro sitio entre las rocas o los matorrales de esta seca sabana.

Las mujeres son las encargadas de acondicionar el lugar doblando y tejiendo las ramas de matorral para formar estructuras redondeadas que después cubren con ramas y hierba. Aquí se cobijarán en la época seca, mientras que en temporada de lluvia se refugian entre las rocas o en pequeñas cuevas, en las que pueden verse pinturas que indican su uso desde épocas remotas. Su ajuar consiste en algunos recipientes para cocinar y acarrear agua, pieles de animales sobre las que se sientan y duermen y algunas herramientas y utensilios para afilar flechas, limpiar pieles, machacar, raspar, hacer fuego, etc.

Aunque viven a la intemperie se cubren con escasos vestidos y usan las fogatas para calentarse. Como pudimos comprobar, tardan menos de 1 minuto en hacer fuego frotando una varilla de madera dura sobre un fragmento agujereado de madera más blanda.

Este pueblo rechaza establecerse en poblados o seguir el modo de vida “sedentario” de los agricultores o ganaderos. Durante décadas han resistido los esfuerzos, primero del Gobierno colonial inglés y después del tanzano, para establecerlos, construyéndoles alojamiento y enseñándoles a cultivar. Por ejemplo, en 1964 el Gobierno les proporcionó casas de ladrillo, agua, escuela y un centro de salud, pero con el tiempo algunos enfermaron o murieron a causa de enfermedades como el sarampión, de la monótona dieta o del, para ellos, aburrido modo de vida. En 1979 casi todos habían vuelto a sus antiguas costumbres.

El antropólogo inglés James Woodburn estudió a los Hadza intensamente en los años 60, y posteriormente volvió en varias ocasiones. Publicó varios artículos en los que está basada esta información.

CAZA

Los hombres utilizan para cazar arcos y flechas, y casi siempre lo hacen en solitario. Al alcanzar los 10 años los niños se construyen su primer arco y con él cazan pequeños animales como conejos, ardillas o pájaros. Los arcos de los adultos son grandes, de casi 2 metros de largo, y resultan difíciles de estirar. Los Hadza prefieren que sean poderosos a que sea precisos, lo que trae como consecuencia que deban cazar a corta distancia, entre 20 y 50 m para disparar sobre impalas, cebras o jirafas.

Algunos cazan también predadores como leones o leopardos, y carroñeros como chacales, hienas y buitres. Sin embargo evitan la caza de reptiles: lagartos o serpientes. Para los grandes animales ponen veneno en la punta de las flechas. El veneno tarda en actuar, así que después e herir al animal el cazador lo sigue hasta que muere.

Por lo general comen la caza in situ y solo se alimentan ellos, únicamente cuando sobra lo llevan al campamento. Puede destacarse que este pueblo consigue satisfacer sus necesidades nutricionales sin mucho esfuerzo, equipo o preparación. Muchos no capturan nunca grandes presas, pero se conforman con los alimentos vegetales y pequeños animales. De todas formas los buenos cazadores comparten sus capturas con los otros, y con las mujeres y niños.

Entre los Hadza se aplica el principio de “a cada cual según su habilidad o su necesidad”. Lógicamente los mejores cazadores son favorecidos por las mujeres y son bienvenidos cuando regresan o se unen al campamento, pero las interacciones sociales en este pueblo están notablemente libres de envidias, resentimientos, elitismo, tiranía o cualquier tipo de propiedad privada. Hacia la edad de 45 años los hombres dejan de cazar, aunque siguen llevando sus arcos durante el resto de su vida.

Como curiosidad diremos que hay una situación en la que se agrupan para cazar. Ocasionalmente salen al anochecer, rodean a una familia de babuinos y los matan a todos. Es un comportamiento similar al observado entre los chimpancés del Parque Nacional Gombe, que a veces forman grupos de caza para matar a otros monos colobos rojos. Ni los Hadza ni los chimpancés hacen esto por necesidad, por lo que estos violentos encuentros con miembros de especies semejantes deben tener otro significado.

RECOLECCIÓN

La recolección comienza pronto, en la infancia, cuando los niños ayudan a sus madres y hermanos mayores a recoger bayas, extraer raíces y obtener semillas y pulpa del fruto el baobab. Estos alimentos proporcionan el 80% de la dieta normal, el otro 20% procede de la carne llevada al campamento y de la miel de abejas salvajes extraída de colmenas en los árboles.

Los Hadza no promueven la conservación de sus fuentes de alimento. Así cuando extraen raíces sacan toda la planta y cuando recogen miel no reparan el panal para que las abejas vuelvan. Además saben como secar o ahumar la carne, pero raramente lo hacen. En vez de eso prefieren “vivir al día”...

VESTIDO Y ADORNOS

Las mujeres usan tres prendas: una falda corta de suave piel de impala, con adornos de cuentas o conchas. Una segunda prenda cuelga por delante y sus adornos son diferentes según la mujer esté o no emparejada. Por encima llevan otra prenda mayor, también de piel de impala, que les sirve para abrigarse o transportar alimentos, madera o bebés.

Los hombres se visten con pieles de pequeños animales, sujetando la prenda inferior con un cinturón de cuero en el que cuelgan una vaina con un cuchillo. Todos llevan sandalias para proteger sus pies de las espinas de la sabana. Tradicionalmente eran de cuero de cebra, pero ahora son más populares las suelas fabricadas con restos de neumático.

VIDA SOCIAL

Durante los ratos de ocio los hombres practican un juego en el que lanzan discos de corteza de baobab, apostando sus arcos, flechas o algún alimento. Son frecuentes también los cantos y danzas en los que todos intervienen.

Individualmente los Hadza van y vienen cuando les apetece. Pueden moverse solos, unirse a un campamento, irse de uno a otro o permanecer en un área pequeña juntándose a cualquier grupo que pase por allí. Sin embargo las parejas, que suelen permanecer unidas varios años, tienden a vivir con el grupo de la madre de la mujer. Cualquiera de los dos es libre de abandonar su unión y buscar una nueva pareja. Si el hombre y la mujer viven separados mas de 2 semanas se considera ya disuelto su vínculo.

Los campamentos no poseen ningún jefe y no tienen conciencia de grupo permanente. Por otra parte la idea de propiedad privada debe parecer absurda en un pueblo que lleva todo lo que necesita sobre sus espaldas. De la misma forma desdeñan el concepto de territorio propio, ellos se mueven y se establecen cuando quieren. Si alguna otra tribu toma posesión de algún lugar que los Hadza solían utilizar, prefieren desplazarse a otro antes que crear conflicto, con la excusa de que los frutos o la caza son más abundantes en otros lugares.

Para terminar debemos comentar que todo lo anterior no es mas que una visión muy general, y que en la actualidad este pueblo con sus costumbres y tradiciones están en franco retroceso, a pesar del interés de algunas instituciones por su conservación. Tampoco creo en la conveniencia de las visitas turísticas, aunque nosotros lo hayamos hecho.

Finalizo con una cita de 1847 cuyo autor es Henry David Thoreau:. Dice así: “Los hombres se han convertido en herramientas de sus herramientas. Aquel que solía coger frutas cuando tenía hambre se convirtió en agricultor, y aquel que se quedó bajo un árbol buscando refugio se transformó en dueño de su casa. Nunca más salimos a acampar durante la noche, sino que nos asentamos en la tierra y nos olvidamos del cielo.”

1 de abril de 2009

Tiwanaku y Lago Titicaca

TIWANAKU Y LAGO TITICACA

  “Una vez que has viajado, la travesía nunca termina, sino que es recreada una y otra vez a partir de vitrinas con recuerdos. La mente nunca puede desprenderse del viaje”

                                                                                                     Pat Conroy 

Es el verano del 2003, el palentino Óscar Díez, el Boti y yo, una vez más nos sumergimos en otra apabullante aventura andina.A unos 70 km de La Paz encontramos uno de los yacimientos arqueológicos más ricos de Sudamérica. Se trata de una cultura precolombina que se estableció en lo que hoy es Perú, Bolivia y Chile.

Las investigaciones (un tanto inciertas, como sucede con todas las civilizaciones andinas, dado que no utilizaban lenguaje escrito) indican que poseían un puerto en el Lago Titikaka, aunque en este momento se encuentre a 20 km de distancia. Iniciándose esta cultura en torno al 400 aC, duró hasta el 1200 dC y posiblemente fue la cultura angular y madre de todas las civilizaciones americanas. Dominaban la cerámica y fiel reflejo de ello son los queros o vasos ceremoniales.

Ubicada en lo que se conoce como el “Altiplano Andino”, su historia comprende tres fases y sus aportaciones a la ciencia y el arte fueron importantes. En la agricultura incorporaron los camellones en las zonas planas y los andenes en las pendientes. Los cultivos más rentables eran una legumbre llamada quinua y la papa, nuestra patata.

En cuanto a la jerarquía, fueron los guerreros y sacerdotes los que ostentaron el status más privilegiado, según los estudios iconográficos. Los trabajadores más especializados como los orfebres, ceramistas y canteros constituían el estrato intermedio y finalmente la capa más baja la formaban los campesinos.
Sus templos están orientados astronómicamente y se calcula que intervinieron gran cantidad de hombres para trabajar las piedras en las canteras y posteriormente transportarlas a la ciudad, seguramente por canales, aprovechando las aguas del Titicaca. Al parecer sus alarifes eran excelentes canteros, tradición seguida por sus sucesores como los Collas, a los cuales, según estudios rigurosos, se les atribuyle la construcción del mítico Machu Picchu.

Tiwanaku fue capital de un estado con una extensión total de 600000 km2 aproximadamente, con unos límites geográficos comprendidos entre lo que hoy en día es parte de Perú, Bolivia y Chile.

En el verano del 2003 Óscar y yo tuvimos la oportunidad de visitar esta joya de la arqueología andina junto con su lago colindante, y como sucede en estos lares sudamericanos, son jornadas imborrables a pesar del transcurrir del tiempo.

A unos 70 km de La Paz y con una altura de 3880 m, comenzamos nuestra visita con el Templete Semisubterráneo que se halla a 2 m de profundidad, conformado por 57 pilares de arenisca roja. Se encuentra decorado con 175 cabezas trabajadas en caliza, todas muestran rasgos diferentes. De forma cuadrangular dispone de un ingenioso sistema de drenaje, activo aun hoy en día.

Una gran planta rectangular se encuentra con el cielo como bóveda y se llama Kantatayita, que viene a significar algo así como “luz del amanecer”. Posee unos pilares de andesita de una pieza que pesan 20 toneladas y sorprendentes revelaciones indican que los muros estuvieran recubiertos por planchas metálicas de oro que, como casi todo en Sudamérica, fueron saqueadas.

La Pirámide de Akapana tiene una altura de 18 m y está formada con 7 terrazas escalonadas, al parecer en su cima tenía bellas edificaciones. En el siglo XVIII el español Oyaldeburo excavó la pirámide en busca de tesoros y no encontró nada, eso si, destrozo el monumento, aunque parece que a los bolivianos poco les importó. En la actualidad sigue prácticamente igual siete siglos después.

El templo de Kalasasaya que significa piedras en pie, está orientado con precisión total en lo que a Astronomía se refiere. Los 365 días del año, los equinoccios y solsticios todo se refleja perfectamente en sus muros.

Se puede hablar sin conjeturas, refiriéndonos a Tiwanaku, del primer intento de “imperialismo andino” aunque más bien tenía intereses religiosos y políticos. Las creencias y el control de las relaciones comerciales a larga distancia fueron la clave de su difusión, más que una expansión militarista. Para finalizar, el final de esta cultura fue tan misterioso como rotundo, y ocurrió hacia el año 1200 por causas aún desconocidas.

LAGO TITICACA

Justo antes de cruzar la frontera con el Perú y a orillas del Titicaca encontramos una población que responde al nombre de Copacabana se dice que proviene de la expresión “Coppa-kcaguaña” que significa “camino de las estrellas, que lleva hacia Dios”.

En la plaza de armas se ubica una iglesia católica con unas llamativas cúpulas blancas y un altar con piezas de oro y plata, fue levantada en el siglo XVI. La imagen de la Virgen Morena es muy venerada por los lugareños y durante mucho tiempo ha sido objeto de peregrinaciones y visita hacia las islas del Sol y de la Luna. La densidad de turistas que se registra en los meses de verano es de 10 visitantes por habitante.

Colindante con la población ascendemos un cerro que posee un privilegiado mirador orientado al Titicaca, también pueden verse unos curiosos terraplenes con fines funerarios. Da la impresión de que cada familia tiene una pequeña parcelita (apenas de un metro cuadrado) donde presumiblemente depositan las cenizas de los difuntos.

A una altura de 3800 m el Titicaca es el mayor lago navegable del mundo, con una extensión de cerca de los 9000 km2 y unas cuarenta islas, en realidad se trata de un mar interior. El Titicaca era un antiguo gran lago que formó los salares de Uyuni y Coipasa.

Desde Puno, ya en Perú, nos embarcamos para visitar unas curiosas islas pertenecientes a los Uros, nos referimos a los descendientes de los antiguos moradores de esta aguas, cuya cultura persiste hasta nuestro días. Posiblemente las más célebres son unas islas flotantes con una superficie de unos 400 m2 cada una, construidas por una civilización única (es posible que las construyeran así para mantenerse protegidos de posibles invasores).

La materia prima es la totora, una especie de junco, una planta de hojas delgadas y largas que seca es utilizada para todo, desde base para las islas, hasta las casas, la escuela, incluso las embarcaciones. Desde las totoritas, las más pequeñas y catamaranes hasta, tal vez, algún barco para travesías oceánicas como demostró el noruego Thor Heyerdahi.

La pesca es el sustento principal y se practica de la forma más primitiva. Para su conservación a los peces se les extraen las entrañas y se dejan secar al sol, siendo parte de la producción para su propio consumo y el resto utilizado para el intercambio de otros alimentos, como las papas y la coca. Se capturan especies como el pejerrey, la trucha y el carachi, piezas propias del Titicaca.

La caza de las aves aporta parte de su dieta (vimos un arma de fuego, algo parecido a una escopeta, que estaba unida con trozos de cinta adhesiva), aunque últimamente se dedican más esfuerzos a la cría de gallinas. También el turismo les reporta beneficios.

Otra isla muy visitada es la de Taquile un lugar ideal para deleitarse con las costumbres tradicionales y una gente que se gana al turismo con su reputada hospitalidad ofreciéndote alojamiento en sus propias casas.

En cualquier parte del lago existen vestigios de culturas preincaicas, de hecho cuenta la leyenda que el Sol y la Luna se refugiaron en sus aguas y al salir de estas dieron origen al mundo. El hijo del Sol fue Manco Capac y tenía como misión fundar el imperio incaico y fusionar diferentes pueblos.

Vivimos intensamente aquellas jornadas. Una vez más nos sumergimos en el mundo andino y parece que durante unos días convivimos con nuestros antepasados, sintiendo un gran respeto por lo que nos ha quedado y condenando todo el saqueo sufrido por parte de fuera quien fuese.

Entre tanto un inmenso espejo de agua, donde la altura puede provocarte el “soroche”, nombre dado en Sudamérica al mal de montaña, continúa sin desvelar sus secretos más íntimos en relación con esa cultura ancestral como epicentro del imperio incaico. Con esas sirenas que oculta el fondo, que se creía sin fin o esos tesoros hundidos o aquella Atlántida Andina en la cual dicen se puede observar el oro de los incas, abandonamos estas tierras.

Marchamos con esa mirada de soslayo, por una parte contentos de unos días intrigantes pero al tiempo esperando no haber despertado la ira de sus montañas, que un día fueron dioses.

Texto: Javier Fernández López
Fotos: Óscar Díez Higuera.