AMAZONÍA PERUANA:
PARQUES TINGO MARÍA
Y CORDILLERA AZUL
"Nada habría podido suceder si alguien no lo hubiera imaginado antes"
Reinhold Messner
Es
al Norte de Perú donde encaminamos nuestros pasos en esta ocasión. Tras
recorrer las Cordilleras Blanca y Negra
partimos de Huaraz hacia la localidad de Tingo María, ya en la Amazonía y cerca
de la Cordillera Azul. Utilizando
diversos medios de transporte, desde taxis hasta autobuses, atravesamos el río
Marañón y desde Huánuco descendemos por el valle del Huallaga. Tras 15 horas de
duro viaje llegamos a la población. Tingo María se encuentra en la
confluencia de los ríos Monzón y Huallaga y su nombre procede del vocablo
quechua “tincco” que significa encuentro.
Se
caracteriza por tener una pequeña cordillera llamada la Bella Durmiente pues en su perfil yace la figura de una hermosa
mujer, según representa una leyenda. A sus pies circulan los citados ríos Monzón
y Huallaga que recorreremos durante unos días.
Hace
algún tiempo, también llegaron aquí aventureros, militares, plantadores,
ganaderos, misioneros… deslumbrados por el ansia de conocimiento o gloria y también
seducidos por el afán de lucro o excitados por mitos como El Dorado. Todo ello hizo
que el entorno fuera propicio para establecer aquí la ciudad.
La geología de la zona es calcárea con
fenómenos kársticos, por lo que encontramos cascadas, cuevas y sumideros que
llevan el curso de las aguas hacia ríos subterráneos como en el caso del tragadero
del Río Perdido, que visitamos.
EL RÍO PERDIDO
En el valle del Monzón nos adentramos
en la amazonia del lugar. Partimos
de Tingo María en coche, pero nada más salir se suelta una rueda del eje por lo
que tendremos que tomar un mototaxi para llegar hasta el poblado de Bella.
Subiendo por el río del mismo nombre al poco observamos una mimosa púdica, curiosa planta que al
tocarla pliega sus hojas. El suelo cruje a cada pisada, su frondosidad nos
envuelve y de repente un sonido en la hojarasca. Es rápido, se trata de una serpiente jerbona, con la cabeza más
ancha que su cuerpo y venenosa, pero que emprende la huida ladera abajo.
Algunas de las plantas cultivables en
la Amazonía son el café y el cacao que también tenemos ocasión de observar.
Alcanzando un camino perdemos desnivel y encontramos una casa donde nos preparan
un caldo de “gallina de chacra”, lo que aquí llamaríamos de corral, acompañado
de fideos, huevo duro, yuca y plátano, aunque la carne resultó un tanto dura.
Por la tarde continuamos ladera abajo hasta el valle del río Santa (mismo
nombre que el que pasa por Huaraz), y por sus orillas llegamos al tragadero del Río Perdido, ya en la
quebrada Tres de Mayo. En este lugar el río se hace subterráneo y tras
atravesar la montaña de la Bella Durmiente surge de nuevo cerca de la cueva de
Las Lechuzas tras descender 450m en un recorrido interior de más de 5 km.
No hace mucho, aún se podía entrar en
la cueva sumidero, pero los sedimentos provocados por la erosión de las laderas,
consecuencia de la incipiente deforestación, lo han ido colmatando y en la actualidad
se ve cómo el agua se filtra por dichos sedimentos formando remolinos. En esta
zona tenemos la oportunidad de ver al pequeño mamífero achuni (Nasua nasua) y el
ave más representativa, el gallito de
roca (Rupicola peruviana).
CUEVA DE LAS LECHUZAS
La cueva de Las Lechuzas se encuentra al noroeste del Parque Nacional
de Tingo María, en las coordenadas Lat -9,32680º(S) Lon -76,02905º(W) y a una
altitud de 673m. Conocida también como la gruta de Monzón es el principal atractivo
del Parque. La cueva es una gigantesca gruta de piedra caliza en la que se
puede apreciar una diversidad de figuras e imágenes, tanto en el piso como en
las paredes y en el techo, moldeadas por las numerosas estalactitas y
estalagmitas que se encuentran a lo largo de esta caverna. Se entra a través de
una abertura de 20 m de altura por 25 m de ancho aproximadamente, aunque en el
interior tales medidas se incrementan y toma la forma de horno gigantesco. Se
desconoce su profundidad.
Alberga una importante colonia de aves
conocidas como guácharos (Steatornis caripensis), especie en peligro
de extinción. Estas aves son difíciles de ver porque se ocultan en las rocas
aprovechando la oscuridad. El suelo y las paredes de la cueva están poblados
por millones de insectos, arañas, quilópodos, etc. también es posible observar
murciélagos, así como golondrinas y otras aves como los loros y cotorras. En cuanto a la flora, existen especies botánicas
que crecen en forma de "manchales" (grupos de plantas apretadas) en
los sectores más húmedos y que brotan de las semillas que llevan los
excrementos de las aves.
El sacerdote canadiense Juan Pablo
Mornea encontró cabezas de hachas de piedra labradas, por lo que se presume
que, en tiempos remotos, pudo haber servido como templo o santuario donde se
celebraran rituales mágicos y religiosos.
Por la tarde nos acercamos a El
Jacintillo, donde unas fuentes de aguas
sulfurosas, al pie del cerro Cotomono, forman un balneario al aire libre
donde nos bañamos. Comemos en la quebrada de Las Pavas y aquí visitamos la cueva de Las Vírgenes. A la bajada por
la quebrada a Óscar le muerde un perro, bien lavada la herida con agua y jabón,
posteriormente ya en España, se aplicarían las dosis de vacuna antirrábica. Por
la tarde seguimos hacia la cascada de
Santa Carmen y la laguna de Los
Milagros, donde vemos el atardecer desde un bote de remo.
PISCIFACTORÍA Y HERPETARIO
Ciertamente, los ríos sirvieron para
abrir distintas rutas a los colonizadores, que no se adentraban más allá de la
varzea (la zona de vegetación que bordea los cauces). De una forma intencionada
o no las enfermedades por ellos introducidas causaron la aniquilación de
culturas indígenas. Existen documentos de epidemias de viruela desde el año 1651
con alguna evidencia de uso intencionado de enseres y utensilios contaminados que
se distribuían entre la población.
Pero también tenemos gente
emprendedora como Walter Hidalgo Sifuentes que en estas tierras tuvo la
iniciativa de crear una piscifactoría,
Villa Hidalgo, que se ha convertido en un próspero negocio familiar. La verdad,
nos sorprenden sus instalaciones de considerable extensión y en expansión. Con
abundante producción de pescado, nos llama la atención el paiche (Arapaima gigas)
un pez cuyos ejemplares adultos son enormes. Cuando extraen alguno preparan una
cena con decenas de comensales e incluso guarda fotos con algunas autoridades
locales cenando en su piscifactoría.
No muy lejos de Tingo María se ubica
un herpetario, el cual vistamos con la
correspondiente decepción. Como en casi todos, los reptiles están en malas
condiciones, completamente inmóviles o aletargados, sus jaulas son pequeñas y
el estado de las instalaciones denota un descuido total.
PUCAYACU
Es hora de continuar nuestro periplo siguiendo
hacia el Norte por el valle del Huallaga, y tras un día en Aucayacu ponemos nuestras
miras en el centro poblado de Pucayacu,
donde se encuentra una de las entradas al Parque
Cordillera Azul. Ya en este lugar conocemos al guardaparques Abilio, quien
nos ofrece un lugar para montar la tienda bajo techado. Nos explica diversas
cuestiones sobre el funcionamiento del parque y nos proporciona información
sobre geología, flora, fauna y pueblos indígenas.
Al día siguiente nos adentramos en la selva con la tenue primera luz del día.
Cada pisada comprime la hojarasca bajo nuestros pies, contemplamos uno de los
árboles que emergen en esta zona, una inmensa ceiba con contrafuertes tabulares, aquí todo es exuberancia y
verdor. Como todo amanecer, la selva despliega un surtido de sonidos cuya
procedencia muchas veces desconocemos. Zumbidos de insectos y pájaros sobre el
dosel forestal, muchos no los vemos pero los lugareños reconocen los graznidos
de los guacamayos, aunque están fuera del alcance de nuestras cámaras. En el
suelo las flores rojas de la heliconia
crean un atractivo contraste con el fondo verde.
La profusa vegetación impide que la
luz solar llegue al interior, apenas un porcentaje de entre un 1% y un 5%. Las
flores de la familia de las bromelias
con sus hojas en forma de roseta acumulan el agua, circunstancia que hace que en
ellas viva gran número de seres, desde insectos, hasta batracios como las ranas
del género Dendrobates. Finalmente divisamos la cascada del Otorongo, espectacular salto de agua, y ascendiendo por
un lateral llegamos hasta la parte alta del mismo. Por la tarde entramos en una
cueva en la zona de Consuelo y
permanecemos en su interior durante casi una hora contemplando formaciones
calcáreas y con multitud de murciélagos revoloteando a nuestro alrededor.
Durante el regreso constatamos la tala indiscriminada de árboles y vemos
plantaciones, algunas de hoja de coca.
REGRESO A HUARAZ
Tenemos que regresar a Huaraz, y
recordando lo “complicado” que resultó llegar hasta aquí, decidimos volver por
otra ruta siguiendo hacia el Norte por el Huallaga, para después cruzar el río
y continuar hacia el Oeste, atravesando la Cordillera andina.
Desde Pucayacu tomamos un taxi en el que viajamos 6 pasajeros y 10 cajas
de papayas. Abandonando la pista cruzamos el Huallaga en una “barcaza”
artesanal, hasta el poblado de Santa
Lucía, donde hay que pasar a otro taxi con el consiguiente trasiego de papayas.
Llegamos a Uchiza, donde nos espera
la difícil misión de continuar hacia el Oeste, hacia Huacrachuco. Debido al mal
estado de la pista solo puede viajarse en “camionetas”, vehículos todoterreno
con caja abierta para carga, y solo queda sitio en la “tolva”, o sea encima de
la carga, al aire libre… En Perú sólo están asfaltadas un 10% de las carreteras
departamentales y la necesidad se palpa en el ambiente. En Uchiza tenemos
ocasión de contemplar el llamado “oro verde” o sea el café, tostándose al sol
en la misma calle por la que circulan los vehículos.
Después de varias horas de espera
partimos. Vamos ascendiendo, remontando valles y atravesando la cordillera.
Anochece y nos abrigamos. Tras muchas horas llegamos a Huacrachuco donde dormimos algo en nuestros sacos, pues hacia las
dos de la madrugada hemos de tomar una “combi” (minibús) hacia Sihuas donde
esperamos poder tomar ya un autobús a Huaraz. Cruzamos de nuevo el río Marañón
y llegamos a Sihuas hacia las cinco,
pero ya no hay plazas… tomaremos otro bus que nos puede dejar en la bifurcación
del río Santa. Amanece y seguimos atravesando los Andes pasando cerca del
nevado Champará de 5754m. La bajada hacia el Santa es impresionante por el
difícil trazado de la carretera. Ya en el puente
del río Santa el bus continua hacia la costa y nosotros tomamos otro taxi
que atravesando el cañón del Pato nos dejará en Caraz, donde de nuevo una “combi” nos llevará a Huaraz. Total, dos días viajando en
todo tipo de vehículos y por unas pistas y carreteras difíciles de imaginar.
Se nos acaban los días y hemos de
abandonar la ciudad andina de Huaraz para llegar a Lima donde, como es habitual
por años anteriores, el hotel España nos espera con sus intricadas escaleras, curiosa
decoración y la terraza en el ático, que ya hasta nos resulta familiar.
En esta ocasión visitamos de nuevo la Amazonía. Curiosamente la Guayana Francesa
es la porción de selva amazónica mejor conservada de toda Sudamérica y el
motivo es tan trivial como la capacidad económica de este país para preservar
el entorno. En cuanto al resto… talas indiscriminadas, buscadores de oro
clandestinos, intereses de las multinacionales, los cárteles de la droga... Es
indudable que esta Amazonía, uno de los pulmones del planeta, hogar de miles de
pobladores indígenas y el mayor hervidero de vida natural, está predestinada a
su irrevocable extinción si no se toman severas medidas en breve.
Texto:
Javier Fernández López
Fotos:
Óscar Díez Higuera