“Una vez que has viajado, la travesía nunca termina, sino que es recreada una y otra vez a partir de vitrinas con recuerdos. La mente nunca puede desprenderse del viaje”
Pat Conroy
Es el verano del 2003, el palentino Óscar Díez, el Boti y yo, una vez más nos sumergimos en otra apabullante aventura andina.A unos 70 km de La Paz encontramos uno de los yacimientos arqueológicos más ricos de Sudamérica. Se trata de una cultura precolombina que se estableció en lo que hoy es Perú, Bolivia y Chile.
Las investigaciones (un tanto inciertas, como sucede con todas las civilizaciones andinas, dado que no utilizaban lenguaje escrito) indican que poseían un puerto en el Lago Titikaka, aunque en este momento se encuentre a 20 km de distancia. Iniciándose esta cultura en torno al 400 aC, duró hasta el 1200 dC y posiblemente fue la cultura angular y madre de todas las civilizaciones americanas. Dominaban la cerámica y fiel reflejo de ello son los queros o vasos ceremoniales.
Ubicada en lo que se conoce como el “Altiplano Andino”, su historia comprende tres fases y sus aportaciones a la ciencia y el arte fueron importantes. En la agricultura incorporaron los camellones en las zonas planas y los andenes en las pendientes. Los cultivos más rentables eran una legumbre llamada quinua y la papa, nuestra patata.
En cuanto a la jerarquía, fueron los guerreros y sacerdotes los que ostentaron el status más privilegiado, según los estudios iconográficos. Los trabajadores más especializados como los orfebres, ceramistas y canteros constituían el estrato intermedio y finalmente la capa más baja la formaban los campesinos.
Sus templos están orientados astronómicamente y se calcula que intervinieron gran cantidad de hombres para trabajar las piedras en las canteras y posteriormente transportarlas a la ciudad, seguramente por canales, aprovechando las aguas del Titicaca. Al parecer sus alarifes eran excelentes canteros, tradición seguida por sus sucesores como los Collas, a los cuales, según estudios rigurosos, se les atribuyle la construcción del mítico Machu Picchu.
Tiwanaku fue capital de un estado con una extensión total de 600000 km2 aproximadamente, con unos límites geográficos comprendidos entre lo que hoy en día es parte de Perú, Bolivia y Chile.
En el verano del 2003 Óscar y yo tuvimos la oportunidad de visitar esta joya de la arqueología andina junto con su lago colindante, y como sucede en estos lares sudamericanos, son jornadas imborrables a pesar del transcurrir del tiempo.
A unos 70 km de La Paz y con una altura de 3880 m, comenzamos nuestra visita con el Templete Semisubterráneo que se halla a 2 m de profundidad, conformado por 57 pilares de arenisca roja. Se encuentra decorado con 175 cabezas trabajadas en caliza, todas muestran rasgos diferentes. De forma cuadrangular dispone de un ingenioso sistema de drenaje, activo aun hoy en día.
Una gran planta rectangular se encuentra con el cielo como bóveda y se llama Kantatayita, que viene a significar algo así como “luz del amanecer”. Posee unos pilares de andesita de una pieza que pesan 20 toneladas y sorprendentes revelaciones indican que los muros estuvieran recubiertos por planchas metálicas de oro que, como casi todo en Sudamérica, fueron saqueadas.
La Pirámide de Akapana tiene una altura de 18 m y está formada con 7 terrazas escalonadas, al parecer en su cima tenía bellas edificaciones. En el siglo XVIII el español Oyaldeburo excavó la pirámide en busca de tesoros y no encontró nada, eso si, destrozo el monumento, aunque parece que a los bolivianos poco les importó. En la actualidad sigue prácticamente igual siete siglos después.
El templo de Kalasasaya que significa piedras en pie, está orientado con precisión total en lo que a Astronomía se refiere. Los 365 días del año, los equinoccios y solsticios todo se refleja perfectamente en sus muros.
Se puede hablar sin conjeturas, refiriéndonos a Tiwanaku, del primer intento de “imperialismo andino” aunque más bien tenía intereses religiosos y políticos. Las creencias y el control de las relaciones comerciales a larga distancia fueron la clave de su difusión, más que una expansión militarista. Para finalizar, el final de esta cultura fue tan misterioso como rotundo, y ocurrió hacia el año 1200 por causas aún desconocidas.
LAGO TITICACA
Justo antes de cruzar la frontera con el Perú y a orillas del Titicaca encontramos una población que responde al nombre de Copacabana se dice que proviene de la expresión “Coppa-kcaguaña” que significa “camino de las estrellas, que lleva hacia Dios”.
En la plaza de armas se ubica una iglesia católica con unas llamativas cúpulas blancas y un altar con piezas de oro y plata, fue levantada en el siglo XVI. La imagen de la Virgen Morena es muy venerada por los lugareños y durante mucho tiempo ha sido objeto de peregrinaciones y visita hacia las islas del Sol y de la Luna. La densidad de turistas que se registra en los meses de verano es de 10 visitantes por habitante.
Colindante con la población ascendemos un cerro que posee un privilegiado mirador orientado al Titicaca, también pueden verse unos curiosos terraplenes con fines funerarios. Da la impresión de que cada familia tiene una pequeña parcelita (apenas de un metro cuadrado) donde presumiblemente depositan las cenizas de los difuntos.
A una altura de 3800 m el Titicaca es el mayor lago navegable del mundo, con una extensión de cerca de los 9000 km2 y unas cuarenta islas, en realidad se trata de un mar interior. El Titicaca era un antiguo gran lago que formó los salares de Uyuni y Coipasa.
Desde Puno, ya en Perú, nos embarcamos para visitar unas curiosas islas pertenecientes a los Uros, nos referimos a los descendientes de los antiguos moradores de esta aguas, cuya cultura persiste hasta nuestro días. Posiblemente las más célebres son unas islas flotantes con una superficie de unos 400 m2 cada una, construidas por una civilización única (es posible que las construyeran así para mantenerse protegidos de posibles invasores).
La materia prima es la totora, una especie de junco, una planta de hojas delgadas y largas que seca es utilizada para todo, desde base para las islas, hasta las casas, la escuela, incluso las embarcaciones. Desde las totoritas, las más pequeñas y catamaranes hasta, tal vez, algún barco para travesías oceánicas como demostró el noruego Thor Heyerdahi.
La pesca es el sustento principal y se practica de la forma más primitiva. Para su conservación a los peces se les extraen las entrañas y se dejan secar al sol, siendo parte de la producción para su propio consumo y el resto utilizado para el intercambio de otros alimentos, como las papas y la coca. Se capturan especies como el pejerrey, la trucha y el carachi, piezas propias del Titicaca.
La caza de las aves aporta parte de su dieta (vimos un arma de fuego, algo parecido a una escopeta, que estaba unida con trozos de cinta adhesiva), aunque últimamente se dedican más esfuerzos a la cría de gallinas. También el turismo les reporta beneficios.
Otra isla muy visitada es la de Taquile un lugar ideal para deleitarse con las costumbres tradicionales y una gente que se gana al turismo con su reputada hospitalidad ofreciéndote alojamiento en sus propias casas.
En cualquier parte del lago existen vestigios de culturas preincaicas, de hecho cuenta la leyenda que el Sol y la Luna se refugiaron en sus aguas y al salir de estas dieron origen al mundo. El hijo del Sol fue Manco Capac y tenía como misión fundar el imperio incaico y fusionar diferentes pueblos.
Vivimos intensamente aquellas jornadas. Una vez más nos sumergimos en el mundo andino y parece que durante unos días convivimos con nuestros antepasados, sintiendo un gran respeto por lo que nos ha quedado y condenando todo el saqueo sufrido por parte de fuera quien fuese.
Entre tanto un inmenso espejo de agua, donde la altura puede provocarte el “soroche”, nombre dado en Sudamérica al mal de montaña, continúa sin desvelar sus secretos más íntimos en relación con esa cultura ancestral como epicentro del imperio incaico. Con esas sirenas que oculta el fondo, que se creía sin fin o esos tesoros hundidos o aquella Atlántida Andina en la cual dicen se puede observar el oro de los incas, abandonamos estas tierras.
Marchamos con esa mirada de soslayo, por una parte contentos de unos días intrigantes pero al tiempo esperando no haber despertado la ira de sus montañas, que un día fueron dioses.
Texto: Javier Fernández López
Fotos: Óscar Díez Higuera.
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