Finalizado nuestro periplo por la Avenida de los Volcanes a través de Ecuador y después de visitar Baños con el estremecedor Tungurahua en activo, dejamos a un lado las carreteras menos concurridas y enlazamos con la Panamericana poniendo rumbo a Lima, la capital peruana, donde comienza la aventura amazónica. La idea del viaje es no sólo buscar las cimas, sino también sumergirnos en las costumbres y formas de vida de estas tierras selváticas.
El segundo objetivo, la amazonía, un destino que estudiamos durante varios días en el hotel colonial España de Lima donde alguno entró con todo el equipaje y salió en gayumbos. Contemplando un surtido de posibilidades, concretando tres alternativas por zonas. Al norte, Iquitos, al sur, Puerto Maldonado y en el centro Puerto Bermúdez. Nos decantamos por este último ante la gran afluencia de visitantes que registran los anteriores.
El trayecto hacia Puerto Bermúdez transcurre a través de la vía Pichis, una carretera construida por el gobierno peruano para enlazar la selva amazónica con la metrópoli cuando Brasil amenazó con invadir y anexionarse dichos territorios. Tras denodados esfuerzos se construyen puentes colgantes y rutas con arrieros que desembocan, después de un serpenteante camino, en puerto Tukker, a una hora del campamento cauchero de Puerto Bermúdez, en honor del presidente que firmó el proyecto “Vía Pichis”, el general Morales Bermúdez. La vía fue inaugurada el 15 de noviembre de 1.891 y en aquella época eran necesarios 21 días de fatigosa travesía para recorrerla.
En nuestros días, el recorrido cuenta con una carretera que llega hasta la Merced (unos dos tercios del camino). La primera señal de cercanía a la selva nos llega a través de una enfermera que sube al autobús avisando de la entrada en zona endémica y preguntando si alguien no está vacunado contra la fiebre amarilla. A partir de ese momento el viaje continua en todo terreno, con todas las precariedades que supone este medio de transporte, aunque los agobios se compensan con la emoción del viaje.
Durante las diez largas horas que duró la travesía, perdimos la cuanta de las veces que bajamos para que el vehículo sorteara los barrizales. Por fin llegamos a Puerto Bermúdez, en donde nos alojamos en el albergue Humboltd, propiedad de un vasco, Jesús López de Dicastillo, afincado en Perú hace algún tiempo.
La electricidad en Puerto Bermúdez está limitada desde las seis de la tarde hasta las nueve de la noche, cuando funciona el único generador de la zona ubicado a orillas del río Pichis, en el centro una gran llanura que rodea las cadenas montañosas del Cira (este) San Carlos (sur) y San Matías (oeste). Esta planicie comprende una extensión de 11.000 Km. Cuadrados, una temperatura que oscila entre los 19ºC y 23ºC con una pluviosidad de 3.00 mm. En el valle se distinguen dos pisos vegetacionales; selva alta, de más de 800 metros de altitud y selva baja inferior a esta. En este área la vegetación crece a un ritmo vertiginoso, aunque su periodo vital es corto. Es extraño que un árbol dure más de doscientos años. Geológicamente, las tierras de la llanura están constituidas por depósitos fluviales aluvio-coluviales de arena, limos, arcillas y gravas correspondientes al sistema cuaternario. Debido a su compleja orografía, el valle del Pichis ofrece un amplio mosaico de ecosistemas, microclimas y endemismos (algunos desconocidos). La flora nos ofrece árboles de caoba, cedre o moena, entre otros y plantas medicinales como uña de gato, sangre de grado o copaiba. Para la construcción de viviendas, la selva surte a los nativos de tamichi, camona, pona o palmichi. Las aves son típicas de las zonas selváticas, como el tucán, el guacamayo, el gallito de roca, la aurora... En cuanto a los peces podemos hablar de sábalo, chupadora, piraña o palometa.
Una vez reconocida la zona decidimos realizar un treking por la selva con guías nativos partiendo de un poblado ashaninka, que nos permita convivir con ellos y adéntranos en su modo de vida.
LOS ASHANINKAS
Como en la cultura quechua, la región de Cusco y el lago Titikaka son lugares sagrados donde los héroes Manko Cápac y Mama Ocllo dan vida al imperio inca. Para los ashaninkas nachiguegas o campas estos lugares lo constituyen la laguna de Pirintoki ubicada entre las cuencas de los ríos Pachitea (Pichis) y Ucayali (en realidad el Amazonas). Una leyenda ashaninka asegura que en esta laguna habita una gran boa multicolor que, al salir de las profundidades, se transforma en un brillante arco Iris que causará todas las desgracias de la amazonía en forma de paludismo, neumonía, pique o tuberculosis a quienes osen invadir su feudo. La maldición de “temaya” es una terrible enfermedad que provoca la putrefacción de los huesos.
El primer contacto con los indios nativos de la región se produce en 1.736, cuando se suceden siete expediciones dirigidas por los Franciscanos del monasterio de Ocopa. Fray Simón Jara, jefe de la expedición, relata el primer encuentro, acaecido el 27 de septiembre de ese año. “Como a las diez del día aparecieron cien gentiles, todos desnudos y pintados con sus coronas de plumajes y varias cintas de los dientes de animales en los cuellos, brazos y piernas, los chunchos que me acompañaban viendo la indiada discurrieron que querían guerrear y dispararon algunas flechas, una atravesó mi pierna. Ordené que arrojaran sus armas; a cuya acción se acercaron pacíficos los infieles, admirados por mis vestimentas y condolidos por mi herida, me sacaron la flecha y me curaron la herida con cogollos de caña macerada”.
En 1.896, el franciscano Sala explora las cuencas del Pichis Pachea y durante sus recorridos en el pajonal intenta entrar en con tacto con los campas. Sin embargo, sus intentos resultan infructuosos ya que cada vez que se acerca a un caserío lo encuentra vacío, a veces incluso con el fuego encendido, resultado de la huída de los nativos por miedo a ser esclavizados. Algunos años después luchan contra los ingleses que, fieles a su repugnante política colonial, se hacen con el monopolio de la sal del cerro Chanchamayo. Después de la creación de la “Vía Pichis” surge la llamada fiebre del caucho y el Pichis se tiño de sangre por la explotación de los Ashaninkas y es oportunismo del enriquecimiento rápido. Durante este periodo, la amazonía se convierte en un territorio sin ley. Entre el Ucayali y Pachitea entraban y salían hombres de todas las nacionalidades y hacían y deshacían a su antojo, como siempre fue en Sudamérica. En Iquitos, se han vendido, robado o extraviado 20.000 armas de fuego y en todos el país se calculan 50.000.
TREKING POR LA SELVA
El único camino para adentrarse en la selva desde Puerto Bermúdez es el río. Navegamos en una canoa a motor durante 5 horas. Al poco de zarpar la amazonía nos ofrece todo su esplendor de su naturaleza virgen, desconocida para los occidentales y que conforma un espectáculo de color y sonido inigualable. Nuestro objetivo es visitar la comunidad de San Juan de Dios. Tenemos la sobrecogedora certeza de acudir al encuentro con las reliquias de un pasado no muy distante, es como si despertáramos de un sueño y comprobáramos que estamos inmersos dentro del mismo.
Al llegar al poblado Ashaninka nos asaltan los más jóvenes tratándonos cariñosamente con el termino de Sr.gringo y preguntando por doquier. Nos ofrecen una choza para alojarnos que, como todas las de la comunidad son precarias, con un camastro elevado con un techo de hojas de palma trenzadas y sin pared alguna. Se cocina a pelo con fuego de leña. No hay electricidad, ni red de agua potable, ni teléfono, la ropa es el vestigio más civilizado que encontramos. Los nativos tienen escuela desde pocos años. Una de las anécdotas de la jornada, que simboliza los efectos de la civilización occidental fue la parada que realizamos durante la travesiean una comunidad, en la que las jóvenes se encontraban en plena faena con la colada, tenían el pecho descubierto y al percatarse de nuestra presencia corrieron a ponerse el sostén.
Es la hora de cenar y como es típico de la gastronomía peruana tenemos arroz como plato básico, esta vez acompañado de pollo y bananos fritos. Es el de conocer a nuestros guías, Ramón y Tito, que nos comentan el tramo del día siguiente discurre por selva virgen. La jornada culminará en una gran catarata, de origen sagrado para los ashaninkas.
El día siguiente está cargado de emociones ante lo que nos espera en la jornada. Al poco de empezar nos llama la atención el alto nivel de humedad que nos deja empapados, ronda entre el 90% y el 110%, haciendo que resulte imposible evaporar el sudor que consiguientemente se acumula de forma sofocante. Nuestros guías haciendo uso de sus machetes cortan lianas que desprenden un agua lechosa con un sabor dulzón y bastante nutritiva. Otras lianas más gruesas, capaces de soportar nuestro peso sirven para columpiarnos estilo Tarzanesco.
Nuestro objetivo es culminar el recorrido en una gran cascada y pernoctar en plana amazonía. A mitad de camino contemplamos los termiteros incrustados en algún infortunado árbol; algunos como en tornillo son descomunales. Ramón nos enseña una camona desprendiendo una resina transparente y nos advierte que bastaría que entrara en contacto con los ojos para producir ceguera. De hecho, las flechas de los ashaninkas se untaron con este mortífero veneno en pasadas guerras tribales.
Por fin llegamos a la gran cascada, constituida por dos grandes saltos de agua creando cortinas de minúsculas gotas pulverizadas que empapan a todo el que se aproxima. Se avecina la noche y tenemos que superar el último desnivel hasta la zona de acampada, debido al barro y la hojarasca es imposible subir sin agarrarse a las lianas lo que convierte el ascenso en toda una proeza. Nuestros guías montan una lona a modo de tienda de campaña que en Sudamérica se llama carpa. Durante la noche, la selva registra una actividad desenfrenada; es el momento en que los depredadores salen en busca de alimento y los monos comienzan sus escarceos; los vimos, los oímos pero sin posibilidad de fotografiarlos.
La temperatura permanece invariable y no es necesario meterse en el sobre hasta que comienza a llover con tal intensidad que nos es imposible dormir. Tras una noche prácticamente en vela, amanece en la selva y las gotas se deslizan con equilibrio mortal por las mullidas hojas de las plantas, una pareja de guacamayos azules permanecen en guardia contemplando la sintonía mimética de la explosión de la vida amazónica. Los guías se han levantado y dejado el desayuno en la lumbre, parece que han marchado a rezar o algo parecido. Nuestra exploración no ha terminado; aún queda el regreso, que sin duda sería muy complicado sin la ayuda. Seguir la dirección de la brújula es pura teoría, regresamos a San Juan por un camino diferente al de la ida. Este cambio de ruta nos permite la oportunidad de ver una falsa coral, serpiente no venenosa.
Exhaustos pero con un recuerdo imborrable en la memoria de la aventura amazónica, finaliza nuestro tour por la selva, a pesar de todo la llegada a san Juan fue un alivio que celebramos comiendo y bebiendo opíparamente con nuestros guías.
Texto: Javier Fernández López, miembro del Club de montaña Yordas
Fotos: Óscar Díez Higuera, del Club Fuentes carrionas
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