(Las Rocosas Canadienses)
“Hay determinados instantes, podríamos decir que determinados momentos, en que llegamos a conocernos mejor que en años enteros”.
F.M. Dostoïevski
Julio del 2009: Óscar de Palencia y Javier de León regresan a Norteamérica en busca de un destino mítico donde los halla. En un país con casi 10 000 km2 y una densidad de 7 habitantes por km2 encontramos una bandera con la hoja de arce, sin lugar a dudas estamos en Canadá.
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Ubicado en el estado de Alberta tomamos tierra en Calgary y muy pronto te percatas del avanzado desarrollo que se respira en el país, sus edificios, su cuidado urbanismo, sus fluidos medios de transporte, el aire cosmopolita se enseñorea del ambiente.






Nuestros primeros pasos de exploración nos llevan por los barrancos del río Maligne el cual a esculpido minuciosamente durante siglos las paredes que lo rodean, propiciando el espectáculo actual. La belleza del lugar es predecesora de la del lago Maligne que lleva su mismo nombre y cuyas fotografías han dado la vuelta al mundo.





Ya en el parque provincial del monte Robson por casualidad topamos con un español afincado en Canadá hace muchos años. Casualmente nació en Palencia y su familia vive en León (¡qué grande y que pequeño es el planeta!). Amablemente se presta para hacer de intérprete cuando pedimos información sobre la montaña al Ranger. Este con pesadumbre nos dice que el Robson se asciende en las dos últimas semanas de agosto y que es necesario contratar un helicóptero, bastante caro, por cierto. Aun así nos quedan muchas cimas y el pico Athabasca es nuestro siguiente objetivo.
El glaciar del pico Athabasca es visitado por turistas en autocares especiales que se desplazan sobre el hielo. La ascensión comienza en la madrugada con un pedrero de transito difícil, no optamos por la vía norte normal, la cara oeste nos resulta más convincente.


Regresamos a Jasper hacia las 5 de la tarde, cansados pero contentos. Al día siguiente nos desplazamos al parque nacional de Banff, durante el trayecto nos llaman la atención unos curiosos puentes bajo los cuales pasamos. En realidad se llaman “ecoductos” y salvan la carretera para que sean usados por los animales, evitando así el aislamiento de las especies.


En la ciudad de Banff la historia comienza, como en muchas otras poblaciones, con el ferrocarril. Los trabajadores de la Canadian Pacific Railroad descubren por casualidad unas grutas con aguas termales y a los pocos años en el lugar surge la citada localidad.
Los guías de montaña suizos son los primeros en adentrarse en este paraíso y comienzan su negocio con una modesta cabaña para 6 clientes. Con el tiempo se irá ampliando sucesivamente hasta nuestros días donde ya nada queda de las primeras instalaciones. Actualmente encontramos aquí un lujoso y gigantesco complejo hotelero
Algunos senderos te advierten de la presencia de osos y te recomiendan ir acompañado, incluso en algunos es obligatorio bajo pena de multas elevadas. Aquí son típicos entre los turistas los cascabeles antiosos y los spray repelentes para ahuyentarlos. Nos sorprende en una tienda un enorme esqueleto que parece de un oso, está valorado en 30 000$ y se trata de un antepasado del género Arctodus.
No muy lejos aparece el lago Esmeralda, otro paisaje de ensueño: aquí ningún rincón de las Rocosas tiene desperdicio. El color uniforme de sus tranquilas aguas y su textura nos recuerda la mencionada piedra preciosa y es un marco incomparable para el bosque de píceas que lo rodea, creando de esa forma un entorno silencioso pero que habla por sí sólo.
En el parque nacional de Yoho se ubica la Takakkaw Falls que despliega un salto de agua con 380 m de caída. Se puede ir hasta la base de la columna acuífera y con el estruendo que produce te percatas de que la naturaleza es la auténtica reina del lugar.
Pero en las proximidades del lago O´Hara nos está esperando el siguiente objetivo, el pico Lefroy con sus 3423 m. Primero se accede en los típicos autocares amarillos, como si fuéramos colegiales y después, ya a pie, empezamos circunvalando el lago. Las casitas de madera a sus orillas, a parte de no desentonar, le dan un ambiente de fábula al paisaje.
A medida que ganamos altura aparecen saltos de agua y más lagos, y continuando nuestro camino, cada paso que damos se convierte en un episodio sensorial. Ahora nos sorprende una marmota a la que, la verdad, poco le importa nuestra presencia y poco después las ardillas curiosean en derredor nuestro.
Atravesando los primeros neveros atacamos un enorme pedregal que requiere largas horas de peleona ascensión hasta que finalmente alcanzamos el refugio Abbot Pass Hut a 2900 m, enclavado en el paso o collado Abbot, como su nombre indica. Cuando llegamos no hay guarda pero encontramos allí todo lo necesario y recurrimos a fundir nieve para obtener el líquido elemento.

Para celebrar la gesta montañera decidimos dar un pequeño festín a la vista visitando el lago Moraine, seguramente uno de los más fotografiados del mundo. Al ser fácilmente accesible nos encontramos con gran afluencia de turismo y un espectacular hotel a sus orillas.
No muy lejos comienzan algunas rutas de senderismo descritas por el trazado del antiguo ferrocarril, hay puentes en ruinas y rampas ya sin vías. En la actualidad para atravesar las Rocosas inventaron un ingenioso sistema que salva los desniveles, losl llamados pasos en espiral con túneles (spiral tunnels). En Canadá los convoyes en ocasiones sobrepasan el kilómetro de longitud con 140 vagones y en las espirales a veces la cabeza alcanza a la cola por el otro nivel.

Otra de las modalidades deportivas dentro de nuestra federación es el descenso de rápidos en ríos caudalosos o “rafting”. En Canadá hay gran afición y el río Adams acapara nuestra atención, invirtiendo todo el día en el descenso de un tramo. En los botes neumáticos embarcamos una representación internacional: con alemanes, franceses, ingleses y españoles. En algunos trechos la navegación es tranquila, en otros alcanzamos el grado 3 y la emoción esta servida. Posteriormente en kayak remontaríamos, en busca de castores, el curso de otro río más tranquilo y caudaloso el río Shuswap.

Intrigados por esa misteriosa isla llamada isla de Vancouver levamos anclas y navegamos en el gran transbordador rumbo a Manaimo. La vegetación de la isla es exuberante, aquí el gran monarca es el cedro rojo y la pícea de Sitka de gran envergadura que predomina en la costa. Sin ir más lejos, fue en Vancouver donde nació la famosa organización ecologista Greenpeace, en principio para defender sus bosques. En la isla la comunidad kwakiutl tiene como tradición predilecta la conservación de los tótemes, todo un icono de la cultura nativa.

El mes se nos hace corto y en Canadá se detiene el tiempo cuando lo visitas, su naturaleza bien puede ser el espejo del Edén y todo un patrimonio de la humanidad. Se necesitan más días para saborear estos parajes donde, más que en ninguna otra parte, el ser humano no sabemos si es un intruso o un invitado, o al menos, así lo sentimos nosotros, dos exploradores.
Texto: Javier Fernández López.
Fotos: Óscar Díez Higuera