Llegamos a Whitehorse, ya por carretera, donde finalizamos en el mismo sitio donde empezamos. Últimas compras en la ciudad y mirando aquella estatua erigida al buscador de oro, nuestra promesa de guardar siempre el respeto y admiración de tantos y tantos mineros que abrieron huella en un entorno tan bello y hostil a la vez... se parecen a nuestros sueños, nunca tienen final.
26 de octubre de 2016
TERRITORIO DEL YUKÓN Chilkoot trail y Fiebre del Oro
TERRITORIO DEL YUKÓN
“Hay una región donde las
montañas no tienen nombre y los ríos corren hacia Dios sabe dónde”
CHILKOOT TRAIL
Desde la localidad de FRASER
tomamos el histórico tren cuyo ferrocarril se construyo en 1898
conectando Skaway en Alaska, con Whitehorse en Canadá. Su
construcción tiene los tintes de obra titánica de ingeniería y mano de
obra en su época, puentes de madera,- restaurados con el tiempo-,
túneles, impersionantes desniveles.
El Chilkoot trail está declarado Lugar Histórico Nacional y buena
prueba de ello es la cantidad de utensilios, herramientas y dispositivos
oxidados que abundan durante los 53 Km de recorrido. La entrada al Parque, en
la actualidad, está restringida a 50 personas diarias. Hace más de un siglo
miles de personas, podríamos llamarlos mineros
de fortuna, protagonizaron la que, seguramente, fue la mayor migración en
pos del preciado metal amarillo. Se trataba del camino más rápido y económico
hacia las regiones en las que se encontró el oro.
Con apenas tiempo para visitar el
museo de Skagway, nos llaman la
atención las mercancías que portaban los mineros para entrar en Canadá. Cada uno
tenía que llevar una tonelada de
víveres, con el fin de asegurar su subsistencia durante la temporada y eso, para
algunos comerciantes, arrieros y hoteleros, supuso un fructífero negocio. Registramos,
en la Oficina de Parques, nuestra
llegada, recibiendo instrucciones y el permiso correspondiente para poder
transitar y acampar en el Parque.
Hacia el mediodía nos desplazamos
en vehículo un poco más al norte, al abandonado pueblo de Dyea. En 1897, la actividad era frenética, pero hoy apenas
quedan restos, tan sólo alguna columna de sujeción de los antiguos muelles. Nos
encontramos en la desembocadura del río
Taiya, son las 3 de la tarde y comenzamos el Chilkoot Trail.
El camino gana altura lentamente, el bosque es muy denso y en las
zonas más encharcadas hay pasarelas de madera. También cruzamos los primeros
puentes sobre los torrentes que bajan de las montañas. La ruta está muy bien
documentada, con carteles explicativos a lo largo de todo el recorrido. Aparecen
las primeras reconstrucciones, en las zonas de acampada, de las cabañas que abundaban en los
campamentos de la época. Son estructuras de madera cubiertas con lona blanca y
en su interior hay una pequeña estufa de leña. También encontramos alguna
cabaña más sólida, hecha de grandes troncos de madera. Esta noche alcanzamos el
campamento de Canyon City y somos muy
pocos los que aquí acampamos.
Amanece. Por la noche insiste el mal tiempo y cuando emprendemos la marcha, continúa la lluvia fina y constante. Cruzamos
un puente colgante para llegar al lugar donde se emplazaba la propia Canyon City. Ya nada queda, excepto
algunos enseres oxidados y la gran caldera de vapor de uno de los teleféricos
que servían para transportar cargas hasta el collado. Pasamos por un lugar
llamado Frozen Highway, la pista
helada, pues en invierno se usaban trineos para transportar la carga sobre los
cursos de agua congelada. Tengamos en cuenta que esta ruta se hacía durante
todo el año y en alguna ocasión los mineros quedaban bloqueados por el hielo,
obligándoles incluso a invernar en el lago Laberge.
Hoy acamparemos en Sheep Camp donde encontramos un par de
cabañas habilitadas y encendemos fuego para calentarnos y secarnos. Con tanta lluvia
el barrizal es la tónica de estos días. Por la tarde la ránger Ana nos da sus
recomendaciones para el día siguiente, que será el más exigente: atravesaremos el
Paso Chilkoot.
Nos levantamos a las 7 de la
mañana y sabemos que el día será duro, pero nada si lo comparamos con las
penurias de miles y miles de mineros,
que ansiosos por la codicia del mineral, emprendían el camino más incierto que
jamás hubieran hecho en su vida. Las fotos del sueco E.A. Hegg son un fiel
reflejo de las llamadas “Escaleras Doradas”: para muy pocos el
camino a la gloria, para muchos otros el camino al infierno. Fue el 16 de
agosto de 1896, cuando el cateador George Carmack junto con dos guías nativos, consiguen
las primeras pepitas de oro en un riachuelo llamado Rabbit, conejo, y que
posteriormente sería rebautizado como Bonanza
Creek, un tributario del río Klondike.
Volviendo a la Ruta Chilkoot, ahora a la lluvia se
añade la niebla y poco a poco los recordatorios de la época se dejan ver:
sirgas oxidadas, restos de herramientas, metales deformados, incluso alguna
rueda de un teleférico que funcionó algunos años. Aquí la senda desaparece,
dando lugar al canchal de grandes
bloques y fuerte pendiente. Por si fuera poco, el viento y la lluvia arrecian y
unos postes verticales, de color naranja, son la única guía, hasta el alto, que
tenemos entre la niebla. Ya arriba la pendiente se suaviza y por terreno
caótico, cruzando algunos neveros, llegamos a “La Cumbre”, donde se sitúa la frontera marcada con un gran hito: no hay
aduana, y sin más, pasamos de Alaska a Canadá.
Poco más adelante encontramos la cabaña del guarda parques canadiense y
un refugio de emergencia donde
Christine la guarda parques, siempre pendiente de los expedicionarios, tiene a
mano unos termos con café e infusiones y una estufa para que nos calentemos,
dadas las malas condiciones meteorológicas. Tiene que bajar hasta Happy Camp,
donde tenemos que hacer noche, y se brinda a acompañarnos.
El descenso es suave; hay que cruzar algunos torrentes y mojarse un
poco. Vamos primero por la orilla del Crater
Lake y ya más abajo paralelos al río. Hay una buena panorámica y el tiempo
mejora; ya ha pasado lo peor. En Happy
Camp, como en todo campamento, lo primero es guardar la comida en las
taquillas metálicas a prueba de osos; y en algunas se pueden ver los zarpazos
de los plantígrados. Tengamos presente que el olfato de un oso es siete veces “más
perfecto” que el de un sabueso.
La marcha de hoy es hasta al Lago
Lindeman, distendida y con buenas panorámicas aunque el tiempo sigue inestable.
Pero en cualquier caso cada rincón rezuma naturaleza rebosante y por el camino
nos podemos permitir el lujo de recolectar arándanos. Al atardecer los abetos
se extienden enmascarados y tenebrosos por la falta de luz.
El campamento de hoy se encuentra en un bello enclave, junto al
dantesco Lago Lindeman. Cortamos
leña y el fuego nos reconforta. Sólo un pequeño incidente cuando resbala del
camping gas la cazuela con agua hirviendo, va a parar al pie de Óscar que ya
calza sandalias. En seguida llega la ayuda por lancha y tras una primera cura,
ya por la mañana, la guarda parques Christine, que lleva destinada 40 años en este bello enclave, nos traslada en la moderna lancha
del parque. Navegando a 40 nudos recorremos la inmensidad del lago y desde
el embarcadero, al poco alcanzamos la estación del tren en Bennet, a orillas del lago homónimo, regresando de nuevo en el ferrocarril histórico hasta Carcross.
Llegamos a Whitehorse, ya por carretera, donde finalizamos en el mismo sitio donde empezamos. Últimas compras en la ciudad y mirando aquella estatua erigida al buscador de oro, nuestra promesa de guardar siempre el respeto y admiración de tantos y tantos mineros que abrieron huella en un entorno tan bello y hostil a la vez... se parecen a nuestros sueños, nunca tienen final.
Guión: Javier
Fernández
Fotos: Óscar
Díez
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Estaba leyendo el libro la llamada de la selva de London, donde nombran muchos lugares, los cuales los describes en tu gran narración. Saludos desde Colombia y algún día quisiera ir para esos hermosos lugares
ResponderEliminarPor cierto, gran descripción de tu viaje, muy entretenida, gracias por compartirla por este medio.
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