17 de abril de 2020
SUPERVIVENCIA EN ZONAS TROPICALES
SUPERVIVENCIA
EN ZONAS TROPICALES
“Me
sentía como un caracol con barba… pero estaba vivo”
(Minagawa,
cabo japonés oculto durante 15 años y 10 meses en la jungla de Guam)
La
historia de los San-ryu-scha japoneses (rezagados de la guerra del Pacífico)
demuestra que las personas que se
encuentran en los trópicos, entregadas a sus propias fuerzas, no sólo pueden sobrevivir semanas o meses sino años. Por ejemplo
el marino Alexander Selkirk (Robinsón Crusoe), o los amotinados de la Bounty,
que pasaron décadas en las islas tropicales, fundando una colonia en Pitcairn que
hoy en día se mantiene.
Un piloto
a quien en el último momento se rescató de la jungla durante la Segunda Guerra
Mundial explicó: “Yo siempre lo tomé como
un territorio en el que uno no podía dar un paso sin que corriera grave riesgo
su vida. Después de mi aterrizaje forzoso con mi avión, constantemente tenía
miedo de animales salvajes, de serpientes y de insectos peligrosos. Por miedo a
envenenarme, no comía ni frutos ni plantas. Pronto estuve al borde de la muerte”.
AGRICULTURA
EN LUGAR DE MUERTE POR INANICIÓN
En la isla de Mindoro, 15 soldados japoneses
huyeron hasta el corazón de la jungla en el año 1944. Allí se dividieron en dos
grupos y siete hombres se asentaron en la ladera de una montaña, aunque poco
después cayeron víctimas de los todavía salvajes pobladores de la isla y sólo se salvó un hombre. El otro grupo, nueve
hombres bajo la dirección del teniente
Yamamoto (maestro en la vida civil), escaló la cima de una montaña. Sin
otros pertrechos que sus uniformes, una sola hacha y sus sables japoneses,
decidieron practicar la agricultura y la ganadería en la jungla. Yamamoto
estaba convencido de que el “Tenno” (en
japonés “soberano celeste” en referencia al Emperador) iría a buscarlos “en
cualquier momento” hasta entonces tenían que resistir.
Mientras
los hombres se alimentaban de caracoles, serpientes, lagartijas, larvas y
ranas, sin despreciar ni siquiera las ratas, empezaron a roturar una parte del
bosque de unos 2000 m2. Encontraron
un poblado a un día de camino y se trataba de salvajes primitivos. Yamamoto
comercia con ellos y a cambio de unos relojes de pulsera obtiene unas semillas,
una pareja de cerdos y otra de pollos. Como no confiaba mucho en los nativos,
evitó en el futuro cualquier contacto con ellos y se concentró con su gente en
crear un reducto lo más confortable en espera del rescate.
Plantaron
maíz y patatas. Sucesivamente las cosechas aumentaron cada año en aquellas
tierras vírgenes sobrepasando todas las expectativas con creces. Pasaron de ser
soldados desaparecidos a convertirse en prósperos colonos y aparte de las
tierras de labor contaban con 70 gallinas y 20 cerdos. Estas provisiones de
carne las completaban con asados de mono y la piel de estos la cosían para
hacer mantas.
La
primitiva cabaña se había convertido en una mansión. Había varios dormitorios,
esteras de paja trenzada sobre el suelo, cuarto de baño con una gran bañera de
piedra y en la veranda (galería exterior) tenían varios sillones. Disponían
también de una gran cocina con fogón de arcilla y agua corriente de un
manantial lejano que hacían llegar con unas tuberías aprovechando las cañas de
bambú, triturador de patatas, molino de maíz y una destilería de aguardiente
que proporcionaba un embriagador licor de plátano.
Doce años
pasaron ocultos aunque algunos murieron por enfermedades como la malaria.
Finalmente una patrulla de filipinos consiguió entrar en contacto con Yamamoto
y de esta forma regresaron a la civilización, no sin antes celebrar una gran
fiesta con licor de plátano y asados de cerdo.
CASI
16 AÑOS OCULTOS EN LA JUNGLA
Si la
aventura de Yamamoto es asombrosa hay otra que la supera, la de los cabos Masashi Ito y Bunzo Minagawa.
Guam es el escenario, una pequeña isla del archipiélago de las Marianas en el
Pacífico con 522 km2.
Fue el 21
de julio de 1944 cuando las tropas norteamericanas recuperan Guam, hasta
entonces en poder de los japoneses. Cien soldados nipones emprenden la huida
internándose en la isla para evitar el oprobio de la rendición. Después de
convivir con diferentes grupos, algunos muy preocupados por ocultar los
indicios de la “robinsonada”, se quedaron
solos durante casi 16 años.
Comienza
la aventura: “Las primeras noches
robábamos en un pueblo pollos. Los devorábamos crudos, más tarde un ternero,
también lo comimos crudo”. Completando la dieta con cocos, brotes de bambú,
lagartijas y serpientes. Teniendo el mar como recurso alternativo, obtenían
algas, langostas, cangrejos y diversos peces.
Con el
paso del tiempo sus órganos sensitivos se agudizaron en extremo. “En ocasiones olíamos la brillantina de los
soldados americanos antes de verles, ver sin ser vistos era vital en nuestra
situación”. Andaban siempre con cuidado de no romper ninguna rama que no estuviera
a la altura de los animales que transitaban por la zona, nunca recolectando
todos los frutos del mismo árbol, enterrando las cenizas del fuego y si perdían
una herramienta buscándola hasta que aparecía.
A
diferencia de Yamamoto, Ito y Minagawa
no se asentaron en lugar fijo, eran auténticos nómadas, todo un ejemplo
magistral de supervivencia en los trópicos. Los fusiles se usaron en contadas
ocasiones y por miedo a delatar su posición aprovechaban los truenos de la
tormenta, ahogando el estampido. Con siete balas abatieron seis terneros y un
cerdo. Dejando de comer ya carne cruda, encendían fuego con el fondo de una
botella como lente o bien utilizando la pólvora de un cartucho o con la hojarasca
frotando un alambre en la madera dura hasta obtener brasa.
Finalmente,
rescatados por la fuerza, pasan la revisión médica y no mostraban ningún
síntoma de graves deficiencias (aunque si la caída de cabello y algún diente
por la falta de algunas vitaminas). Pero siempre con la sospecha de que serían
ejecutados la única solución fue llevarlos a Japón. Habían intentado suicidarse
con los muelles de las camas y durante el vuelo pensaban que los precipitarían
en medio del Pacífico. Sólo cuando vieron a sus familiares, finalmente se convencen
del final de la contienda.
SERPIENTES, INSECTOS Y OTROS PARÁSITOS
El
verdadero peligro de los trópicos no son los animales grandes sino los
pequeños. Los insectos y garrapatas que trasmiten parásitos y producen verdaderas
plagas y epidemias, son mucho más peligrosos que las fieras y otros animales
salvajes. Entre las enfermedades infecciosas trasmitidas por los insectos
destaca una, la malaria.
Cinco San-ryu-scha de los nueve compañeros de Yamamoto murieron por
esta enfermedad. La fiebre subía a 40ºC y perdían el conocimiento durante
horas. Hay que evitar levantar los campamentos cerca de cenagales, las aguas
estancadas son verdaderos hervideros de mosquitos. Procurar protegerse con las
mosquiteras al dormir y despojarse del mínimo de ropa posible. Curiosamente los
mosquitos que provocan malaria suelen picar en el ocaso y al amanecer. Es el
motivo por el que Ito y Minagawa
huyeron de las costas al interior de la jungla.
Untarse de
barro, boñigas de vaca quemadas o el estiércol de búfalo son métodos simples
utilizados por los nativos para librarse de los insectos. También piojos y
pulgas se ceban con nuestra sangre y en estos casos las medidas higiénicas son
la mejor prevención. Para extraer larvas
y garrapatas los soldados en la campaña del Pacífico aprendieron con un
cigarrillo a quemarlas y en el momento adecuado presionando con los dedos salían
enteras. Con las sanguijuelas también los cigarrillos encendidos son bastante
eficaces como método de fortuna.
Por otra
parte es infrecuente encontrarse con serpientes
venenosas a menos que las busques. En todo caso si se produce picadura la
mejor medida es la inmovilidad. Los animales lo hacen instintivamente, los
perros por ejemplo, después de haber sido mordidos se tienden en el suelo y
permanecen días en esa posición, la medida es simple pero eficaz.
No
solamente en las glándulas de las serpientes encontramos veneno. Algunas
maderas como la camona, en zonas de
la Amazonía sudamericana, desprende una resina trasparente y pastosa muy
venenosa, Los nativos la utilizan en la punta de sus flechas cuando cazan algún
animal peligroso. Con otras maderas ocurre que al ser quemadas e inhalar el
humo también puede resultar tóxico. Otros ejemplos son la llamada “hiedra
venenosa” y las “hojas de roble venenoso”. En Norteamérica hay una planta llamada
“Poison Sumac”: el contacto con estos vegetales produce dolorosas erupciones
cutáneas. Una de las normas más recomendables es vigilar antes de poner las
manos.
Una
planta, el Yam tiene unas raíces que se consideran las “patatas de los mares
del Sur”, y en las selvas sudamericanas el principal alimento es la mandioca, un tubérculo amiláceo del
que se puede obtener harina y una bebida muy nutritiva.
La palma es
un regalo de los dioses. Es la planta tropical más conocida, en especial la
palma cocotera, muchos náufragos le deben la vida. Muchos pilotos que se vieron
obligados a amerizar, desayunaban, comían y cenaban este fruto. “Después de 15 días había comido 32 cocos y estaba en perfectas
condiciones”, comentaba un piloto. Son muchas las aplicaciones de la palma, desde jabones, cosméticos, lubricantes,
lacas, jarabes, coberturas impermeables, productos aromáticos.
Lo que realmente parece inverosímil es la historia de este
piloto norteamericano: “Tras mi
aterrizaje forzoso robé un bote y un motor fueraborda en un poblado de
indígenas (la isla estaba en poder de los japoneses) sólo disponía del
queroseno del avión, sabía que tiene mucho octanaje y en poco minutos habría
calcinado el fueraborda, tenía que obtener una mezcla adecuada de aceite
adicional para un motor de dos tiempos. Se me ocurrió la idea con los cocos,
les arranqué la corteza los puse en una piedra plana con varios tajos, el calor
hizo que desprendieran aceite. Los dejé gotear por una pequeña estría y en dos
días tenía dos litros. Mezclando una parte de aceite por tres de queroseno el resultando
fue perfecto para llegar a una cercana isla ocupada por los norteamericanos”.
Y para
terminar, una anécdota: otro aviador en Borneo se alimentó durante una semana
de serpientes. Con un utensilio de alambre las atrapaba y dijo que su carne
“era tierna como la de un pollo joven”. Después de ser rescatado sus
preferencias gastronómicas fueron los restaurantes asiáticos, para comer platos
de serpiente, mejor guisados, claro está.
Y un
consejo: a la hora de emprender la marcha recordar que cuando el terreno es
pantanoso hay cenagales y siempre es preferible evitarlo dando un rodeo, ganaremos
tiempo, aunque nos dé la impresión de lo contrario.
Extractos de Manual
de Supervivencia II
C.C. Troebst
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