9 de marzo de 2009

La ciudad perdida del MachuPicchu

LA CIUDAD PERDIDA DEL MACHUPICCHU

Era el verano del 2003 cuando el palentino Oscar Díez y yo, desarrollábamos una nueva expedición por los Andes bolivianos. A parte de los Seismiles es imposible escapar a otros hechizos de estas tierras, bien sea la Amazonía, la Etnografía o en este caso el Paraíso arqueológico que nos brinda la dantesca cordillera.

Ávidos de curiosidad por esa poderosa civilización ancestral llamada, el Imperio Incaico (la palabra la vemos en Sudamérica escrita con K) nos movilizamos desde la Paz –capital de altura- en un autocar. Emprendiendo un largo viaje y cruzando el altiplano, llegamos al lago Titikaka (en realidad un mar interior con 9.000 km2) por el Estrecho de Tiquina.

En torno a las 04:00 de la madrugada, al cabo de 16 horas de carretera nos alojamos en la inmortal ciudad de Cusco, con más de un millón de habitantes y escudriñada por un halo de misterio. Temerosos por la ira que podemos despertar en sus dioses, a continuación iniciamos un periplo lleno de impresiones sensoriales sin interrupción.

UN VIAJE DE 400 AÑOS

Para acceder a la ciudadela del Machu Picchu hay que alcanzar la localidad de Aguas Calientes a la que sólo el ferrocarril, un sinuoso trazado desde Cusco a través del Valle del Urubamba, es la arteria de comunicación. Su nombre Aguas Calientes hace referencia lógica a unas aguas termales en las que sucumbimos todos, lugareños y foráneos, ante un gratificante baño, máxime después de un viaje tan largo.

Al día siguiente con verdadera ansiedad por penetrar en una ciudad abandonada hace más de cuatrocientos años, desistimos de usar el bus y caminando en menos de una hora subimos. Lo que vemos a continuación dará pábulo a los sentidos. A nuestra diestra divisamos el Huainapicchu, cerro que domina la ciudadela y primera imagen de la puerta de entrada a la misma. A partir de aquí la imaginación se desborda, el aire sabe diferente y el deambular por los vericuetos del pasado se torna mágico.

Pero antes de describir aquella inolvidable jornada, lo mejor es como en toda historia empezar por el principio. Fuertemente influido por su padre y abuelo el norteamericano Hiram Binghan decide explorar zonas desconocidas de Sudamérica en busca de restos de civilizaciones ya extinguidas. Se centra en una ciudad Vilkabamba, como antiguo reducto de la resistencia inca ante el arrollador avance de los españoles. Las deducciones de Binghan la sitúan en un valle, el del río Urubamba.

Consiguiendo fondos de la Universidad de Yale llega a Cusco donde contrata mulas y se aprovisiona para una larga incursión en la selva alta. Por suerte el gobierno peruano había abierto recientemente senderos y puentes colgantes sobre el Urubamba para dinamizar unas tierras tan remotas.

Volviendo a la expedición de Binghan, al sexto día llega a una lugar denominado Mandorpampa, donde conoce a un campesino, Melchor Arteaga, quien le habla del Cerro Machupicchu y de los restos de una gran ciudad. Aunque son muchas las leyendas que circulan sobre las reliquias de las metrópolis incas, Binghan no desperdicia oportunidades y ascendiendo durante dos horas llega hasta donde habitan dos familias, y un niño se ofrece como guía hasta el intrincado laberinto de paredes con bloques de granito casi sepultadas por la espesa vegetación. Era el 24 de Julio de 1911, y hacía casi 400 años que había sido abandonada.

DECISIÓN TRASCENDENTAL

Pasa todo el día sacando instantáneas antes de proseguir su periplo en pos de Vilkabamba. Una vez en los Estados Unidos se convence de la importancia que reviste el descubrimiento accidental y desecha la búsqueda inicial. Gracias a las fotos consigue más fondos y en 1912 prepara una numerosa expedición científica que cuenta con un osteólogo, un geólogo, arqueólogos y docenas de obreros. Sin saberlo, Binghan inicia un viaje hacia la inmortalidad.

Al cabo de una semana de excavaciones aparecen los primeros huesos y posteriormente se suceden los desenhetramientos. De los cien cadáveres aparecidos el 80% son mujeres y comienzan las hipótesis: ¿puede tratase del Templo de las Vírgenes del Sol?, ¿puede tratarse de una fortaleza?, ¿tal vez será la Vilkabamba perseguida inicialmente?.

A parte de los cadáveres se localizan varios utensilios como cuchillos de bronce, sencillas herramientas y vasijas de cerámica. Poco a poco se limpia la densa vegetación y se hace la luz en un lugar tan remoto e inaccesible. Lo cierto es que Machupicchu presenta un aspecto majestuoso y sobrecogedor a la vez.

Casi cien años después sabemos mucho pero aún nos queda un trecho. Fue en tiempos de Pachacutec, un emperador inca, cuando esta civilización alcanza su esplendor. Unido a sus dotes militares inicia obras de carácter civil como calzadas, templos, obras hidráulicas, unidades administrativas, ciudades y zonas de cultivo. En tres décadas demostró sus preciadas dotes de liderazgo, haciendo de los Incas en Sudamérica lo que fue Roma en occidente.

TEORÍAS DESCARTADAS

Con toda seguridad la construcción de la ciudadela comenzó en esa época hacia 1450, aprovechando la cantera de granito blanco y su privilegiada situación a 2.400 m. de altitud. Y con toda probabilidad fue abandonada hacia el 1532 cuando el país del oro pasa a ser una nación dependiente de España.

Ya en la década de los 80 Richard Burger y Lucy Salazar, antropólogos de la Universidad de Yale, investigando los restos de cerámica encuentran vasijas que conducen a una sorprendente revelación: pertenecen a los Collas, residentes antaño en las proximidades del Titikaka. Se trata de uno de los pueblos adsorbidos por los incas y que resultaron ser los mejores canteros del continente, siendo trasladados a Machupicchu para trabajar en las 170 edificaciones. Curiosamente a pesar del transcurrir del tiempo los bloques graníticos se ensamblaron con precisión quirúrgica y sin mortero. Aun hoy entre sus juntas no cabe casi ni un alfiler.

En cuanto a la teoría del Templo de las Vírgenes del Sol, es otro antropólogo, John Verano, quien establece un criterio determinante tras un minucioso análisis de los huesos encontrados y sometidos a modernas técnicas como la del “carbono 14”. Llega a la conclusión de que la mayoría de las mujeres han sido madres y el mito de aquellas mujeres sacadas de sus hogares en edades muy tempranas para dedicarse al culto del Hijo del Sol, ya no tiene base científica.

Es en 1956 cuando muere Binghan sin saber si se trata de Vilkabamba. Pero el aventurero Gene Savoy descubre la citada urbe a unos 80 Km al Noroeste de Machupicchu. Casualmente Binghan pasó por allí pero la selva conservó celosamente sus secretos bajo un tupido manto verde.

MACHUPICCHU EN LA ACTUALIDAD

Como decía al principio fue en julio del 2003 cuando penetrábamos el recinto incaico. A excepción de las techumbres de las casas todo lo demás permanece intacto. Si fuese abandonado en dos o tres años la Naturaleza se lo comería otra vez y para evitar esto un esmerado servicio de mantenimiento desbroza la maleza todos los meses.

La ciudad se divide en dos sectores bien diferenciados: el agrícola y el urbano, Se accede desde al sector agrícola llegando al Puesto del Vigilancia, que pose una vista panorámica inmejorable junto con la Roca Ritual y el Cementerio. Llama la atención la sucesión de terrazas, unas 600, aparentemente simples pero en realidad el secreto del Machupicchu, pues constituyen un sólido asentamiento y al tiempo los cimientos de la ciudadela, única explicación para mantenerla erigida tras 4 siglos.

Dicha terrazas son el área de cultivo con unos muros de contención de 2,5m.. Allí se depositaron piedras grandes, rellenando el interior con otras de menor tamaño para seguir con grava, arena y finalmente una capa de un metro de tierra fértil subida desde el Urubamba, a mano, por un desnivel de 550m. Componen un total de 12 acres cultivables. Sin lugar a dudas la construcción de Machupicchu involucró a miles de hombres.

El sector urbano tiene una plaza principal que delimita lo que Binghan denominó Conjunto Palaciego: las viviendas de los sacerdotes y familias. Los templos son lo más impresionante. El primer edificio que enseñan a los turistas es el Templo del Sol: sus muros rodean una de las rocas sagradas de la metrópoli y tiene una ventana a Oriente de tal forma que el día que entra el Solsticio de Invierno los rayos solares penetran de forma incisiva. Es lo que los incas llaman una huaca, un observatorio.

En la residencia del inca o Palacio Real avistamos unos dinteles de tres toneladas y una hermosa mampostería. El Intiwatana está ubicado en una colina conformada por varias terrazas y andenes. En la parte superior hay una plataforma con una roca granítica tallada en tres escalones y con forma caprichosa. Debía cumplir la función de medir el tiempo, algo muy importante para la agricultura, y también tenía uso como altar.

Atravesando la plaza principal, lugar de congregaciones por su extraordinaria resonancia, llegamos al final del asentamiento descubriendo la Roca Sagrada, donde aparece una piedra con la silueta de un monte circundante a Machupicchu, en un pequeño recinto cuadrangular que seguramente cumplía fines rituales.

Otro de los templos es el de las Tres Ventanas que, como su nombre indica, muestra tres voluminosas ventanas con los vanos ciegos. Binglan elaboró la hipótesis de los tres hermanos Ayar que fundaron la civilización inca.

Observando el esmerado acabado surge una pregunta ¿cómo consiguieron los alarifes tallar piedras de estos tamaños si no disponían de cinceles de hierro y menos de acero?. Pues sencillamente usando piedras más duras, seguramente del río Urubamba pues allí se encuentran materiales pétreos que resisten la erosión de la corriente y en la cantera se han encontrado lo que denominan “piedras martillo” también subidas hasta la ciudad.

En cualquier caso los misterios perduran, empezando por el verdadero nombre de la ciudad puesto que Machupicchu es un cerro igual que el Huaynapicchu, ¿Tal vez fuera el mayor centro de la civilización inca, un lugar al que se le atribuye el sobrenombre de Tampu Tocco?. No hay prueba reputada. Lo cierto e importante es que un día en la inmensidad de la desolada cordillera andina, la naturaleza se manifestó y el inca supo escuchar.

Texto de Javier Fernández López.
(Miembro del Club de Montaña Yordas).
Fotografía de Oscar Diez Higuera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario