Una vez alcanzada la cima de África Óscar Díez y yo nos disponemos a explorar este exótico país. Nos encontramos en el verano del 2002.
Lo que procede en esta ocasión es realizar un safari (la palabra no hace referencia a cacerías, significa literalmente “expedición fotográfica”). En Tanzania y Kenia se encuentran enclavados los Parques Nacionales más carismáticos de África y si apuramos un poco los más solicitados a nivel mundial.
Montándonos en un Land Rover con el techo abierto, contamos con el conductor y el cocinero (contratado por obligación) que viajan en los asientos delanteros siendo los restantes para los turistas. Vamos Óscar y yo junto con una canadiense Hanne, faltando una pareja inglesa que no se presenta. Iniciamos el periplo con el P.N. del Lago Manyara, un pequeño parque de 330 km cuadrados a 130 km al oeste de Arusha.
Llenando el depósito y realizadas las últimas compras alcanzamos la elevación que alberga las cabañas donde dormiremos esa noche. El lugar se llama “Panorama” y realmente las vistas son inmejorables: con la ayuda de los binoculares observamos las primeras jirafas.
Después de comer descendemos, las paredes bajan abruptamente hasta las proximidades del lago y los primeros habitantes nos saludan, se trata de jirafas y cebras aunque también vemos búfalos en lontananza, pues los vehículos no pueden salirse de los caminos ni tampoco puedes descender de los mismos. En este parque avistamos leones trepadores… ya no son las imágenes de las películas todo se torna realidad palpable.
El lago desprende olor a salitre y es frontera natural con paisajes colindantes. En la parte de sábana más densa de vegetación detenemos el 4x4 para fotografiar a los simpáticos babuinos que a pesar de su aspecto afable y juguetón son capaces de disuadir a leones y otros felinos si intentan atacar la manada, su férrea organización está consolidada generación tras generación. Sin darnos cuenta aparece un curioso dik dik, se hace de noche y es hora de regresar a “Panorama”, las estrellas velarán nuestros sueños.
Es el segundo día y en torno a las 13:00 nos encontramos en el P.N. del Serengetti con sus 14.700 km cuadrados (León tiene 15.000) literalmente significa “llanura sin fin”. Sabana sin árboles y en ocasiones salpicado por los kopjes, pequeñas montañas graníticas, en las que se puede observar con un poco de suerte un curioso lagarto de color azul, el agama. Paralelos al avance del todo-terreno las gacelas Thomson mantienen competencia de velocidad, saltarinas y graciosas controlan a los intrusos en su sabana.
Cabe destacar que entre este parque y el Masai Mara de Kenia se registra la mayor migración animal del Planeta, 1.200.000 ñus y 200.000 cebras en constante movimiento buscando pastos según la época. Paramos en un camping, para cenar y hacer noche -desde luego fue un campeón el que decidió la ubicación del mismo- justo en medio de la ruta de las leonas, no tiene valla protectora ni agua. Por la noche nos prohíben salir de las tiendas ni para hacer nuestras necesidades. La puesta de sol es idílica.
Al día siguiente reanudamos el periplo del neumático, lo que más deseamos es ver cazar a algún depredador y a punto estuvimos… un ñu estaba siendo despedazado por una leona y alrededor había cientos de buitres esperando su turno.
A medida que avanzamos en el vehículo llegamos a una intersección y cual es nuestra sorpresa cuando por el otro camino vienen por lo menos 100 babuinos, todo un clan familiar, y el guía nos explica que estos monos se desplazan por los caminos ya que no hay cosa más molesta para ellos que las hormigas. Aparecen las famosas manadas de ñus en la inmensidad de la sabana, alguna que otra jirafa y más escondidos los facóqueros, bastante parecidos a los jabalíes.
Por la tarde visitamos Olduvay donde se encuentran los primeros indicios de los australopitecos afarenses ¿tal vez las primeras huellas humanas?. Hay huesos, primitivas piedras usadas como herramientas, etc… la hipótesis está por confirmar.
No muy lejos encontramos un poblado Masai. Envueltos en sus mantos rojos con su palito y su tremenda estatura es la etnia dominante en la sabana y ofrecen a los turistas su extravagante baile saltando hacia arriba.
Hacemos noche en un campo llamado “Simba” en las proximidades del P.N. del Cráter de Ngorongoro. Amanece bajo un impresionante árbol del género Ficus y empezamos la marcha descendiendo lentamente. Se trata de una caldera de 23 km de diámetro con 250 km cuadrados, rebosante de vida animal: nos llama la atención un lago grande con una zona de color rosa. En el momento de alcanzar la base nos observan una manda de búfalos, herbívoros pacíficos aunque los machos mantienen una mirada sospechosa; son seres gregarios que no buscan enfrentamientos pero al mismo tiempo tienen un fuerte instinto familiar y mantienen un pacto tácito para la defensa de la manada. Poco a poco el todo-terreno se adentra en el fondo y las manadas de cebras nos sorprenden saliendo del agua en estampida.
Un poco más adentro y totalmente pasivos hay cuatro hipopótamos a los que apenas vemos los lomos y por el otro lado se aproximan tres leonas a paso lento y distendido. Con formación en cuña se apartan todos los animales exceptuando los búfalos que adoptan formación en círculo. Llega el momento de acercarse al lago no sin observar antes los avestruces.
Ahora nos explicamos el color rosa del agua, era debido a miles y miles de flamencos de ese color, unos pescando otros aterrizando y despegando como un avión y emitiendo un sonido infernal por los graznidos de tantas aves juntas. Nunca pensamos que estas aves constituyeran el mayor espectáculo del Parque.
Deteniendo el 4x4 es hora de comer, pero en el postre hay una sorpresa, irrumpe sin previo aviso un elefante macho gigante - calculan que con un peso de 6 toneladas- y la gente corre despavorida, aunque lo único que hace es pasar de largo.
Más desconocido y un poco a desmano el P.N. de Tarangire es el más joven pero no menos interesante que los otros parques.
Se caracteriza por sus manadas de elefantes y sobre todo por los monumentales baobabs. Tiene unos 2.600 km cuadrados y está bañado por el río del mismo nombre.
Las corteza del baobab presenta grandes zonas tremendamente rasgadas, y seguramente en los colmillos de los paquidermos encontramos la respuesta. Pasamos la noche en un camping con un “vigilante” Masai contratado (el mismo que antes de conseguir el trabajo robaba en el camping) y el conductor y cocinero nos ofrecen su plato especial de despedida, una pizza (aunque la masa se convirtió en bizcocho).
LOS BOSQUIMANOS
En realidad se trata de los Hadzabe que viven en el bosque y de ahí el nombre en cuestión. Sus costumbres son nómadas por naturaleza y son pacíficos. En su día el gobierno intentó que se asentaran en un lugar concreto construyéndoles casas en pequeños asentamientos, pero esta etnia con 10.000 años de antigüedad, en el año 1.964 abandona definitivamente las costumbres de la moderna civilización: ellos se sienten orgullosos de su modo de vida y no lo cambian por nada.
Su forma de vida es sencilla y dependen principalmente de la caza por lo que tienen gran destreza con el arco y las flechas. Sus piezas incluyen monos, ratones y hasta búfalos. Por otra parte recolectan frutas, raíces y los frutos del baobab, encargándose las mujeres de este menester. Por otra parte sus casas las construyen en forma de igloo empleando ramas y pieles, abandonándolas más tarde cuando llega la época de lluvias, para buscar en este caso refugio en las cuevas.
Durante nuestra corta estancia tuvimos la oportunidad de ver como hacían fuego con un palo de madera frotándolo con un tronco mayor, cómo elaboran las armas siendo las mejores flechas las que hacían con la punta de chapa de una lata de conservas. Más tarde las mujeres nos enseñan las raíces que recolectan.
LOS DATOGA
Antiguos enemigos de los Masai hace unos 200 años mantuvieron duras guerras tribales con el triunfo de estos últimos, hecho que propició su evacuación del Ngorongoro instalándose en las proximidades del lago Eyasi.
Sus fuentes de sustento son la ganadería y la agricultura junto con la caza en menor medida. Sus casas las hacen con palos formando la estructura y son cubiertas con adobe y estiércol de vaca. De esta labor se encargan las mujeres así como del cuidado de los niños y de cocinar, mientras que los hombres se encargan del pastoreo. Según llegamos nos invitan a la casa del jefe, el muy listo tiene 7 mujeres y el hedor que desprende la cabaña es evidente pues también tiene ganado dentro llamándonos mucho la atención un juego (es un ábaco o parecido) con el que disfrutan los más jóvenes.
Siendo nosotros dos occidentales nos encontramos con estas gentes tan humildes y sencillas y sin lugar a dudas tienen algo que no poseemos los europeos, la sabiduría de la sencillez y el sagrado respeto a su tierra que siempre agradecen al haber nacido allí.
Texto: Javier Fernández López (Vocal del Club Yordas)
Fotografía: Óscar Díez Higuera (Club Fuentes Carrionas)
(excepto mapa y árbol)
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