27 de marzo de 2009

Amazonía boliviana

AMAZONIA BOLIVIANA


"Dentro de 20 años estarás arrepentido de las cosas que no has hecho, así que abandona el puerto seguro. Explora"
                                             Mark Twain (1835 – 1910)   Escritor estadounidense


Aquel verano del 2003 exploramos la Cordillera Real con éxito, también el macizo del Condoriri y el antiguo volcán Sajama. Realizamos un estupendo raíd por los nevados bolivianos, sólo faltaba la amazonía.

El primer paso es informarnos en La Paz acerca de las posibilidades y entre todas las opciones nos decantamos por la zona de Rurrenabaque. Pero antes es necesaria la aproximación que sin saberlo se convierte en otra aventura en si misma. Es preciso recorrer un área llamada el valle de los Yungas y más concretamente efectuar un descenso por el único paso llamado “la carretera de la muerte”.

CARRETERA DE LA MUERTE

El puerto de inicio se encuentra a tres horas de la capital teniendo en cuenta que La Paz se encuentra entre los 3200m y los 4200m en su barrio más alto (precisamente llamado El Alto). Contratamos una agencia que tiene el atractivo del descenso en bicicleta de los Yungas, nada más y nada menos que 3000m de desnivel, desde las estribaciones de la cordillera Real hasta las tierras de amazonía Boliviana. Toda una transición de paisaje con sus precipicios, aumento de temperatura según descendemos, exuberante vegetación, fauna autóctona... todo ello denominador común del clima tropical.

Dispuestos con nuestro equipo, la “montain bike”, el casco y el chaleco reflectante, somos una docena de occidentales con dos monitores de la agencia. Dicho y hecho comprobamos los frenos y esperando que resistan iniciamos la espectacular etapa. Al poco la primera caída, es una joven austriaca, pero sin consecuencias. La primera posición es mantenida celosamente por un alemán, la verdad es que a Óscar y a mí poco nos importa la competitividad del teutón, hemos venido a disfrutar y paramos en cada hueco donde hay algo interesante que fotografiar.

En la mayoría de los tramos el camino no está asfaltado, tampoco tenemos barreras protectoras en la totalidad del itinerario y en las zonas más expuestas, vemos cruces de madera. Verdaderamente da pánico ver a los autobuses y camiones prosperar entre la polvareda y los abismales precipicios, ahora en-tendemos lo de las cruces de madera.

Es de destacar que hace unos años un autocar de turistas se despeñó, es el momento en que los buitres de dos patas aprovechan para mangonear todo lo que pueden. Decía un “policía” para la televisión que la zona era inaccesible, -resulta que llevaba una gorra que por lo visto era de una de las víctimas y la madre la reconoció- La triste realidad es que en los países subdesarrollados en caso de percance estamos totalmente indefensos, para ellos sólo somos dólares andantes.

Este escalofriante trazado viene del año 1930 siendo construido por los prisioneros paraguayos de la guerra del Chaco. Por término medio se producen dos despeñamientos de vehículos al mes y las víctimas se cuentan por cientos cada año. La estrechez del camino provoca constantes problemas cuando tienen que cruzarse dos camiones o autobuses. Existe en este caso la norma tácita de circular por la izquierda y así mantener el volante al lado del precipicio para ver mejor el borde de la carretera, que en el descenso se encuentra a ese lado.

Por si fuera poco las constantes lluvias y la niebla son la tónica durante la mayor parte del año. No es una denominación puesta a voleo, esta “carretera de la muerte” es posiblemente la más peligrosa del mundo.

Volviendo a nuestro descenso, hemos realizado todas las fotos de rigor, estamos tan cubiertos de polvo que no se ve el color de la ropa y la barba presenta un curioso aspecto arcilloso. Al cabo de tres horas y media nos aseamos y reponemos fuerzas. Por cierto, el alemán no tenia muy buena cara, al poco comprendemos: uno de sus codos esta ensangrentado tras una caída.

DEPARTAMENTO DEL BENI

Nos internamos en los llanos tropicales en un autobús con el respiradero en el techo por el que no hacía más que entrar tal cantidad de polvo que todos los pasajeros acabamos del mismo color. El viaje es largo y en torno a las 5 de la madrugada llegamos a Rurrenabaque. En ese momento existen 16 agencias que ofrecen sus servicios.

El plan consiste en alcanzar el río Yacuma en la localidad de Santa Rosa de Yacuma y posteriormente optar entre el Parque Nacional de Madidi o internarnos en las pampas. Al día siguiente hacemos cuatro horas de camino no asfaltado (nos resulta tan chocante por nuestra costumbre de ver carreteras en buen estado frente a lo que tienen en estos países que realmente no nos damos cuenta hasta que carecemos de los adelantos del desarrollo).

Ya en Santa Rosa conocemos a Jaime, el guía, y montando en la canoa a motor nos internamos en las Pampas. Son una zona de Amazonía sin desniveles, con escasa vegetación arbórea y con bastantes posibilidades de ver fauna. Parece más interesante que el Madidi que aparte tiene un fuerte control turístico.

A los cinco minutos la cosa se pone interesante, comenzamos a ver caimanes que no son muy grandes, un metro y medio aproximadamente. La gente se estremece al verlos introducirse en el agua emponzoñada del río. En realidad huyen o ven amenaza y por eso se sumergen, los realmente peligrosos son los que permanecen en la orilla enseñando su arsenal dental.

Más adelante observamos unos capibaras, el mayor roedor de la Tierra y nos cruzamos con otros botes, también con turistas. Un buitre de la pampa y unas garzas que están en peligro de extinción y reciben el sobrenombre de batos. En los troncos caídos se pueden ver tortugas de agua dulce, alineadas de forma que a duras penas se abren huecos y que son especie protegida. Unas tres horas de navegación para llegar al campamento (un tanto precario, pero no por ello pierde su encanto) donde nos espera la cena. Somos dos españoles, tres alemanes, dos suizos y dos austriacos.

Por la noche atracción inesperada, Jaime nos invita a la contemplación de los ojos rojos de los caimanes. Embarcamos con nuestras linternas y en las proximidades del campamento, acechando como depredadores que son, aparecen cual luciérnagas del diablo. Lo cierto es que tienes que buscar el ángulo determinado, y el fotografiarlos es difícil por la necesaria posición de la cámara, el brillo en realidad aparece anaranjado.

En algunas partes esta infestado, más vale no pensar en si te caes al río... Ya de regreso Jaime nos propone capturar una cría para observarla de cerca, aceptamos y según se baja en la orilla sin gran dificultad apresa un caimán de unos 25cm. Una vez curioseado por todos lo devuelve a su hogar. Esa noche dormimos en unos camastros con sus mosquiteras, bajo un cielo luminosamente estrellado.

Amanece en las Pampas y este día tiene un acicate más pronunciado, nos dedicaremos a la siniestra e intrigante búsqueda de serpientes. El guía nos dice que tenemos un 60% de posibilidades de ver una anaconda. Nos dirigimos a una zona totalmente enfangada donde Jaime sondea el barro con un palo y sus botas, allí donde nota algo blando puede haber una anaconda (posteriormente nos comenta que la más grande que ha visto, después de 9 años trabajando como guía es de 6m)

Llevamos ya hora y media de caminata y parece que ... si, es un reptil pero en este caso está muerta, continuamos y nos dice: “desde aquí veo una anaconda”, ¡eureka!, tantos años esperando este momento... Es una hembra de unos 4 años (viven 80 o 100 años) que tiene metro y medio de longitud. Mediante una técnica muy entrenada la agarra y consigue inmovilizarla.

Continuando la andadura nos abrimos paso a machetazos durante dos horas más, la verdad es que no sabemos qué busca, nos da la impresión de dar vueltas en circulo, pero saliendo fuera de la vegetación a unos cien metros observamos otro reptil, este es una cobra de mordedura no letal. Aquí se tiene que emplear a fondo pues tiene más velocidad que la anaconda y a punto estuvo de engatillarle los colmillos, finalmente consigue su propósito y domina a la serpiente.

Después de comer tenemos una sobremesa interesante, es la hora en que arrojan la basura orgánica al río y esperando como colegiales su ración cinco caimanes permanecen al acecho.

Volvemos a embarcar y ahora nos toca el deporte de la pesca, pero no una pesca cualquiera cuando se trata de pirañas, son pequeñas y aún así, están armadas con unos colmillos desproporcionados para su tamaño. En la orilla con un trozo de panceta Jaime atrae a un caimán, la verdad es que si los acostumbras y no les haces daño estos animales mantienen buenas relaciones con el ser humano. Por la noche nos zampamos las pirañas, su sabor, típico de los peces de río, no tiene nada de especial comparado con otros pescados fritos.

Es el último día y no podemos irnos sin ver amanecer en uno de los puntos más idílicos de este río que durante estos días fue nuestro hogar. Realmente los foráneos contribuimos al desarrollo de la zona con el turismo en un país con tanta necesidad, seguramente el más pobre de Sudamérica. Al mismo tiempo protegemos sus especies naturales de la caza, porque nosotros, por matar o ver animales muertos, ni pagaríamos, ni nos atraería realizar tan largos viajes.



Por Javier Fernández López
Fotografía: Óscar Díez Higuera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario