24 de marzo de 2009
Marruecos Alto Atlas
EN BUSCA DEL ALTO ATLAS
Orientados de Noroeste a Suroeste con una longitud de 740km y coronados por el pico Tubkal, los tres macizos del Atlas (Medio, Alto y Anti Atlas) delimitan el Sahara y las mesetas del litoral Marroquí.
¿Cuántas imágenes vienen a nuestra mente al oír la palabra África?. Resultaría imposible condensarlas en un reportaje, no obstante y aprovechando las vacaciones de Semana Santa, tres alpinistas leoneses del club Yordas, Luis Fernando, “el Boti” y yo junto con el palentino Óscar Díez nos propusimos alcanzar la cima de Marruecos que es también la del Magreb. Esta región norte-africana integra el país en el que estamos junto con Mauritania, Argelia, Túnez y Libia, países cuya proximidad a occidente les ha beneficiado dentro de su entorno africano.
África es la tierra mágica de los mil contrastes, paisajísticos, económicos, sociales, históricos, aquí costumbres ancestrales y modernidad se dan la mano. No existe viaje más corto para saborear una cultura tan diferente a la nuestra, cuando nos desplazamos a Marruecos. Dentro de nuestros diez apretados días comenzamos nuestro raíd en el modesto hotel D. Foucauld de Marrakesh. Posee una hermosa terraza en la parte superior que da vista a la Kutubia, una gran mezquita construida por los almohades, con una torre que sin lugar a dudas fue el precedente de la giralda sevillana, unida a las puestas de sol forma una de las señas de identidad de la medina de Marrakesh.
Pero la verdadera atracción y de obligada visita de la metrópoli es la plaza de Djema el-Fnaa donde nos sumergimos en el bullicio de los faranduleros, el humo de sus freidurias, el repiqueteo de las flautas de los “encantadores de serpientes”, vendedoras de resinas, acróbatas etc. Todo ello da forma a un espectáculo multicolor junto con sus puestos de frutas ofreciendo al visitante zumos de naranja a discreción entre el humo y el aire viciado del entorno. Esta noche en uno de los cafés con vista a la plaza no podemos empezar sin tomar un “whisky marroquí” o sea un té elaborado con hierbabuena, muy aromático y agradable al paladar. Esa noche y de forma inesperada, en cuestión de minutos, unas voluminosas nubes enturbian el cielo de Marrakesh y descargan tan fuerte aguacero que modifican los planes de la expedición.
Al segundo día y teniendo en cuenta las inclemencias meteorológicas acordamos posponer el ataque al Atlas tras arduas deliberaciones. Seguidamente alquilamos un coche y nos encaminamos hacia el Sáhara serpenteando por la ruta de las Kashbas -antiguas fortalezas, hoy la mayoría abandonadas- Así, pasando por Uarzazate rodamos rumbo a Tinerhir donde reponemos fuerzas.
Antes de llegar a Erfud otra parada obligatoria, las gargantas del Todra, nos muestran su belleza y hechizo con algunas paredes en las que se aprecian algunas vías de escalada. Básicamente el conjunto está formado por desniveles encañonados por donde discurre el río, lleno de vegetación, y que da vida a unas tierras muy áridas. A pesar de ello es un reclamo turístico, hoy por hoy, un tanto masificado. Poco después hacemos otro alto al ver una esotérica señal triangular de tráfico representando un dromedario, al mismo tiempo reconocemos unos curiosos montículos en hilera al borde de las cunetas, al parecer de explotación acuífera. Sin darnos cuenta y surgidos de la nada, tres ciclistas irrumpen ante nuestra presencia, se trata de vendedores, como siempre, esta vez ofrecen fósiles de amonites y “el Boti” como hábil negociador consigue tres al precio de uno.
Esa noche alcanzamos la localidad de Erfud, la puerta al desierto. Anochece y envueltas en un halo de misterio van apareciendo las primeras dunas recortadas en la sombra contra el cielo sahariano. Nuestro coche deambula por la hamada -pedregal negro que precede a las arenas- y solamente nos cruzamos con todoterrenos. Sin percatarnos, una moto con dos ocupantes nos ha seguido desde que entramos en Erfud y en un momento de confusión justo en una encrucijada de caminos, uno de ellos se apea y nos ofrece posada (se trata de Said, uno de los dueños del albergue Erg Chebbi, donde nos alojamos).
La hospitalidad de los musulmanes se pone de manifiesto ofreciéndonos un cuscús para la cena, y acto seguido ascendemos a la Gran Duna, lo que nos lleva una media hora. Desde el silencio sepulcral de estos parajes admiramos la Luna llena y ese cielo estrellado con Orión, la Osa Mayor, la estrella Polar e incluso Oscar asegura que puede observarse, poco antes del amanecer, la Cruz del Sur. Al poco rato descendemos y nos vamos al “sobre”.
Levantándonos a las cinco para ver amanecer en el Sahara, disparamos las diapositivas de rigor y nos bajamos a desayunar nuestra tortilla bereber. Por estos vericuetos se ofrece al turismo la posibilidad de un recorrido con los dromedarios haciendo noche en pleno desierto, en las llamadas jaimas (tiendas de campaña usadas por los beduinos) bajo el cielo protector. La travesía Merzuga-Zagora en dromedario es una de las clásicas pero requiere diez días según los lugareños, nosotros no contamos con tanto tiempo.
Proseguimos el periplo del neumático y a pesar de encontrarnos en primavera la temperatura es de 30ºC, lo cierto es que ahora se registra la máxima afluencia de visitantes ya que meses más tarde el calor de las arenas es insoportable. Continuando rumbo “uno ocho cero”, nos imbuimos en el atractivo del viajero-explorador al transitar caminos que no figuran en los mapas.
A partir de Rissani, surcamos un camino pedregoso rodeados por un océano de arenas rojizas, cuando aparece de forma siniestra, Pozo Blanco. El sitio en cuestión cuenta con un sistema de regadío propio, del que emerge abundante cultivo, parece privilegiado en estas coordenadas. Abandonando el lugar me releva al volante Luis Fernando, emprendiendo el regreso ante el temor de cruzar la frontera con Argelia, pues no existe delimitación ninguna en el desierto más grande del mundo. Por la noche cenamos en Rich.
Al día siguiente el tiempo vuelve a las andadas, cielo encapotado, calles con asfalto y aceras húmedas reverberando suciamente el brillo del agua. No hace frío pero en verdad, como comprobamos posteriormente, fue la peor Semana Santa del último lustro. Una vez en ruta hacemos altos cada vez que apreciamos alguna Kashba y así durante todo el itinerario. En ocasiones están semiderruidas pero otras están acondicionadas incluso como hoteles de lujo. Intentamos aproximarnos a Jaffa pero el camino no es apto para nuestro vehículo, lo suplimos más adelante al toparnos con un hermoso bosque de cedros, cierta cantidad de ellos son gigantes y cuentan con un inquilino muy particular, el famoso mono de Gibraltar, único simio del norte de África.
Antes de alcanzar la ciudad de Beni-Mellal para pernoctar, cruzamos varios pueblecitos típicos de la orografía del Medio Atlas, con artesonados de madera y revestimientos de estuco. Oímos el muecín llamando al rezo, lo cual hace cinco veces al día.
La jornada siguiente no aporta variación significativa con el tiempo, pero encierra gran aliciente con la visita a las cataratas de Ouzoud donde los saltos de agua se suceden en una altura de 110m. Un embarrado camino nos conduce a la zona más baja donde es posible bañarse si el tiempo acompaña. Pocas horas después llegamos a Marrakesh.
Son las 07:00 y el panorama para acceder a la montaña es pesimista en extremo, llueve a raudales, desayunamos y acudimos al banco a realizar el último cambio, nuestro euro pisa fuerte y equivale a diez dirham. Buscando el autobús para Asni no encontramos informador fidedigno y optamos por contratar un taxi.
Cuando llegamos nos asaltan los comerciantes de fortuna, nos preguntan por nuestra ropa y los mosquetones les gustan mucho, llegando a dar pulseras de plata a cambio, tampoco nos fiamos mucho de su autenticidad. El caso es que la siguiente parada es en Imlil, necesitamos transporte y abundan los intermediarios con el único propósito de estafar a los turistas. En principio nos ofrecen una furgoneta descubierta en la que no llevarían ni a los cerdos, hacemos una hora de tiempo para calmar los ánimos y por cincuenta dirham conseguimos algo digno. Posteriormente, al regresar descubrimos que el precio de la furgoneta de línea es de quince dirham.
Imlil parece extraído de un cuento de hadas y los cuatro exploradores de la comunidad española nos inmiscuimos en sus entrañas viéndonos inmersos en sus costumbres vernáculas. No te sientes forastero en ningún momento, sus habitantes están muy agradecidos a las montañas y se aprecian rápido los indicios del progreso que aporta el turismo por la llamada de las cumbres.
El pueblo tiene como atalaya una elegante Kashba acondicionada como hotel de primera que nos resulta un poco caro, de todas formas tenemos varios albergues que generalmente son casas de particulares ampliadas y a buenos precios. La meteorología continúa hostil y durante la tarde, mientras nos zambullimos por las callejuelas entre sus gentes afables y políglotas -predomina la lengua francesa- nos damos cuenta de que Imlil y sus pueblos periféricos vecinos guardan cierta similitud con las aldeas asiáticas del Himalaya. Nos acostamos con la mirada desafiante puesta en el Atlas, por fin, el Alto Atlas.
Providencialmente la naturaleza se porta y amanece soleado, no hay tiempo que perder, iniciamos el periplo de las botas. Durante la primera hora dejamos atrás los últimos núcleos de población y llegamos al “Santuario”, una venta con alguna que otra casa ofreciendo víveres y mulas para porteos, también observamos una curiosa roca blanca llamada por los lugareños “la piedra de la fertilidad”. A partir de aquí la nieve irrumpe en nuestro camino y será fiel compañera hasta nuestro regreso. Con un sol tan incisivo la reflexión es avasalladora y a pesar de las gafas y la crema protectora nadie escapa al efecto abrasador de sus rayos. Al cabo de unas horas tras superar el último collado se divisa el refugio donde nos acomodamos y almorzamos.
Seguramente diseñado por los franceses, la construcción es bastante confortable, es el momento de intercambiar opiniones y comentarios con otros montañeros. Hay franceses, alemanes y españoles que con el rostro descompuesto nos explican que llevan 3 días esperando el ataque a la cumbre y finalizados sus permisos emprenden el regreso. A este respecto tengo que decir que antes de la expedición oí comentarios acerca del citado pico, restándole importancia, incluso que era un paseo similar a la ruta al Cares. El Toubkal es un cuatro mil de corte alpino y se le debe tener todo el respeto que requiere una gran montaña.
El madrugón es una constante en las montañas de estas características y estamos familiarizados con el menester, amanece tímidamente y empuñando el piolet acometemos las primeras rampas que son las más empinadas. Por el momento hay indicios de jornada soleada, la huella está abierta por cordadas que nos preceden. El día es espléndido y el panorama apabullante, alcanzando la cresta cimera el hielo nos advierte de su presencia, es el momento de ponerse los crampones por un escaso tiempo y poco después al son del crujiente ritmo, nuestros ojos divisan la pirámide metálica que anuncia la cima y que a la vez se constituye en un soberbio mirador con el Atlántico y el Desierto como telones de fondo. Una vez más objetivo cumplido.
Texto: Javier Fernández López
Fotografía: Óscar Díez Higuera
(Publicado en el Diario de León el 22 de septiembre del 2002)
Orientados de Noroeste a Suroeste con una longitud de 740km y coronados por el pico Tubkal, los tres macizos del Atlas (Medio, Alto y Anti Atlas) delimitan el Sahara y las mesetas del litoral Marroquí.
¿Cuántas imágenes vienen a nuestra mente al oír la palabra África?. Resultaría imposible condensarlas en un reportaje, no obstante y aprovechando las vacaciones de Semana Santa, tres alpinistas leoneses del club Yordas, Luis Fernando, “el Boti” y yo junto con el palentino Óscar Díez nos propusimos alcanzar la cima de Marruecos que es también la del Magreb. Esta región norte-africana integra el país en el que estamos junto con Mauritania, Argelia, Túnez y Libia, países cuya proximidad a occidente les ha beneficiado dentro de su entorno africano.
África es la tierra mágica de los mil contrastes, paisajísticos, económicos, sociales, históricos, aquí costumbres ancestrales y modernidad se dan la mano. No existe viaje más corto para saborear una cultura tan diferente a la nuestra, cuando nos desplazamos a Marruecos. Dentro de nuestros diez apretados días comenzamos nuestro raíd en el modesto hotel D. Foucauld de Marrakesh. Posee una hermosa terraza en la parte superior que da vista a la Kutubia, una gran mezquita construida por los almohades, con una torre que sin lugar a dudas fue el precedente de la giralda sevillana, unida a las puestas de sol forma una de las señas de identidad de la medina de Marrakesh.
Pero la verdadera atracción y de obligada visita de la metrópoli es la plaza de Djema el-Fnaa donde nos sumergimos en el bullicio de los faranduleros, el humo de sus freidurias, el repiqueteo de las flautas de los “encantadores de serpientes”, vendedoras de resinas, acróbatas etc. Todo ello da forma a un espectáculo multicolor junto con sus puestos de frutas ofreciendo al visitante zumos de naranja a discreción entre el humo y el aire viciado del entorno. Esta noche en uno de los cafés con vista a la plaza no podemos empezar sin tomar un “whisky marroquí” o sea un té elaborado con hierbabuena, muy aromático y agradable al paladar. Esa noche y de forma inesperada, en cuestión de minutos, unas voluminosas nubes enturbian el cielo de Marrakesh y descargan tan fuerte aguacero que modifican los planes de la expedición.
Al segundo día y teniendo en cuenta las inclemencias meteorológicas acordamos posponer el ataque al Atlas tras arduas deliberaciones. Seguidamente alquilamos un coche y nos encaminamos hacia el Sáhara serpenteando por la ruta de las Kashbas -antiguas fortalezas, hoy la mayoría abandonadas- Así, pasando por Uarzazate rodamos rumbo a Tinerhir donde reponemos fuerzas.
Antes de llegar a Erfud otra parada obligatoria, las gargantas del Todra, nos muestran su belleza y hechizo con algunas paredes en las que se aprecian algunas vías de escalada. Básicamente el conjunto está formado por desniveles encañonados por donde discurre el río, lleno de vegetación, y que da vida a unas tierras muy áridas. A pesar de ello es un reclamo turístico, hoy por hoy, un tanto masificado. Poco después hacemos otro alto al ver una esotérica señal triangular de tráfico representando un dromedario, al mismo tiempo reconocemos unos curiosos montículos en hilera al borde de las cunetas, al parecer de explotación acuífera. Sin darnos cuenta y surgidos de la nada, tres ciclistas irrumpen ante nuestra presencia, se trata de vendedores, como siempre, esta vez ofrecen fósiles de amonites y “el Boti” como hábil negociador consigue tres al precio de uno.
Esa noche alcanzamos la localidad de Erfud, la puerta al desierto. Anochece y envueltas en un halo de misterio van apareciendo las primeras dunas recortadas en la sombra contra el cielo sahariano. Nuestro coche deambula por la hamada -pedregal negro que precede a las arenas- y solamente nos cruzamos con todoterrenos. Sin percatarnos, una moto con dos ocupantes nos ha seguido desde que entramos en Erfud y en un momento de confusión justo en una encrucijada de caminos, uno de ellos se apea y nos ofrece posada (se trata de Said, uno de los dueños del albergue Erg Chebbi, donde nos alojamos).
La hospitalidad de los musulmanes se pone de manifiesto ofreciéndonos un cuscús para la cena, y acto seguido ascendemos a la Gran Duna, lo que nos lleva una media hora. Desde el silencio sepulcral de estos parajes admiramos la Luna llena y ese cielo estrellado con Orión, la Osa Mayor, la estrella Polar e incluso Oscar asegura que puede observarse, poco antes del amanecer, la Cruz del Sur. Al poco rato descendemos y nos vamos al “sobre”.
Levantándonos a las cinco para ver amanecer en el Sahara, disparamos las diapositivas de rigor y nos bajamos a desayunar nuestra tortilla bereber. Por estos vericuetos se ofrece al turismo la posibilidad de un recorrido con los dromedarios haciendo noche en pleno desierto, en las llamadas jaimas (tiendas de campaña usadas por los beduinos) bajo el cielo protector. La travesía Merzuga-Zagora en dromedario es una de las clásicas pero requiere diez días según los lugareños, nosotros no contamos con tanto tiempo.
Proseguimos el periplo del neumático y a pesar de encontrarnos en primavera la temperatura es de 30ºC, lo cierto es que ahora se registra la máxima afluencia de visitantes ya que meses más tarde el calor de las arenas es insoportable. Continuando rumbo “uno ocho cero”, nos imbuimos en el atractivo del viajero-explorador al transitar caminos que no figuran en los mapas.
A partir de Rissani, surcamos un camino pedregoso rodeados por un océano de arenas rojizas, cuando aparece de forma siniestra, Pozo Blanco. El sitio en cuestión cuenta con un sistema de regadío propio, del que emerge abundante cultivo, parece privilegiado en estas coordenadas. Abandonando el lugar me releva al volante Luis Fernando, emprendiendo el regreso ante el temor de cruzar la frontera con Argelia, pues no existe delimitación ninguna en el desierto más grande del mundo. Por la noche cenamos en Rich.
Al día siguiente el tiempo vuelve a las andadas, cielo encapotado, calles con asfalto y aceras húmedas reverberando suciamente el brillo del agua. No hace frío pero en verdad, como comprobamos posteriormente, fue la peor Semana Santa del último lustro. Una vez en ruta hacemos altos cada vez que apreciamos alguna Kashba y así durante todo el itinerario. En ocasiones están semiderruidas pero otras están acondicionadas incluso como hoteles de lujo. Intentamos aproximarnos a Jaffa pero el camino no es apto para nuestro vehículo, lo suplimos más adelante al toparnos con un hermoso bosque de cedros, cierta cantidad de ellos son gigantes y cuentan con un inquilino muy particular, el famoso mono de Gibraltar, único simio del norte de África.
Antes de alcanzar la ciudad de Beni-Mellal para pernoctar, cruzamos varios pueblecitos típicos de la orografía del Medio Atlas, con artesonados de madera y revestimientos de estuco. Oímos el muecín llamando al rezo, lo cual hace cinco veces al día.
La jornada siguiente no aporta variación significativa con el tiempo, pero encierra gran aliciente con la visita a las cataratas de Ouzoud donde los saltos de agua se suceden en una altura de 110m. Un embarrado camino nos conduce a la zona más baja donde es posible bañarse si el tiempo acompaña. Pocas horas después llegamos a Marrakesh.
Son las 07:00 y el panorama para acceder a la montaña es pesimista en extremo, llueve a raudales, desayunamos y acudimos al banco a realizar el último cambio, nuestro euro pisa fuerte y equivale a diez dirham. Buscando el autobús para Asni no encontramos informador fidedigno y optamos por contratar un taxi.
Cuando llegamos nos asaltan los comerciantes de fortuna, nos preguntan por nuestra ropa y los mosquetones les gustan mucho, llegando a dar pulseras de plata a cambio, tampoco nos fiamos mucho de su autenticidad. El caso es que la siguiente parada es en Imlil, necesitamos transporte y abundan los intermediarios con el único propósito de estafar a los turistas. En principio nos ofrecen una furgoneta descubierta en la que no llevarían ni a los cerdos, hacemos una hora de tiempo para calmar los ánimos y por cincuenta dirham conseguimos algo digno. Posteriormente, al regresar descubrimos que el precio de la furgoneta de línea es de quince dirham.
Imlil parece extraído de un cuento de hadas y los cuatro exploradores de la comunidad española nos inmiscuimos en sus entrañas viéndonos inmersos en sus costumbres vernáculas. No te sientes forastero en ningún momento, sus habitantes están muy agradecidos a las montañas y se aprecian rápido los indicios del progreso que aporta el turismo por la llamada de las cumbres.
El pueblo tiene como atalaya una elegante Kashba acondicionada como hotel de primera que nos resulta un poco caro, de todas formas tenemos varios albergues que generalmente son casas de particulares ampliadas y a buenos precios. La meteorología continúa hostil y durante la tarde, mientras nos zambullimos por las callejuelas entre sus gentes afables y políglotas -predomina la lengua francesa- nos damos cuenta de que Imlil y sus pueblos periféricos vecinos guardan cierta similitud con las aldeas asiáticas del Himalaya. Nos acostamos con la mirada desafiante puesta en el Atlas, por fin, el Alto Atlas.
Providencialmente la naturaleza se porta y amanece soleado, no hay tiempo que perder, iniciamos el periplo de las botas. Durante la primera hora dejamos atrás los últimos núcleos de población y llegamos al “Santuario”, una venta con alguna que otra casa ofreciendo víveres y mulas para porteos, también observamos una curiosa roca blanca llamada por los lugareños “la piedra de la fertilidad”. A partir de aquí la nieve irrumpe en nuestro camino y será fiel compañera hasta nuestro regreso. Con un sol tan incisivo la reflexión es avasalladora y a pesar de las gafas y la crema protectora nadie escapa al efecto abrasador de sus rayos. Al cabo de unas horas tras superar el último collado se divisa el refugio donde nos acomodamos y almorzamos.
Seguramente diseñado por los franceses, la construcción es bastante confortable, es el momento de intercambiar opiniones y comentarios con otros montañeros. Hay franceses, alemanes y españoles que con el rostro descompuesto nos explican que llevan 3 días esperando el ataque a la cumbre y finalizados sus permisos emprenden el regreso. A este respecto tengo que decir que antes de la expedición oí comentarios acerca del citado pico, restándole importancia, incluso que era un paseo similar a la ruta al Cares. El Toubkal es un cuatro mil de corte alpino y se le debe tener todo el respeto que requiere una gran montaña.
El madrugón es una constante en las montañas de estas características y estamos familiarizados con el menester, amanece tímidamente y empuñando el piolet acometemos las primeras rampas que son las más empinadas. Por el momento hay indicios de jornada soleada, la huella está abierta por cordadas que nos preceden. El día es espléndido y el panorama apabullante, alcanzando la cresta cimera el hielo nos advierte de su presencia, es el momento de ponerse los crampones por un escaso tiempo y poco después al son del crujiente ritmo, nuestros ojos divisan la pirámide metálica que anuncia la cima y que a la vez se constituye en un soberbio mirador con el Atlántico y el Desierto como telones de fondo. Una vez más objetivo cumplido.
Texto: Javier Fernández López
Fotografía: Óscar Díez Higuera
(Publicado en el Diario de León el 22 de septiembre del 2002)
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