



¿Cuántas imágenes vienen a nuestra mente al oír la palabra África?. Resultaría imposible condensarlas en un reportaje, no obstante y aprovechando las vacaciones de Semana Santa, tres alpinistas leoneses del club Yordas, Luis Fernando, “el Boti” y yo junto con el palentino Óscar Díez nos propusimos alcanzar la cima de Marruecos que es también la del Magreb. Esta región norte-africana integra el país en el que estamos junto con Mauritania, Argelia, Túnez y Libia, países cuya proximidad a occidente les ha beneficiado dentro de su entorno africano.

Pero la verdadera atracción y de obligada visita de la metrópoli es la plaza de Djema el-Fnaa donde nos sumergimos en el bullicio de los faranduleros, el humo de sus freidurias, el repiqueteo de las flautas de los “encantadores de serpientes”, vendedoras de resinas, acróbatas etc. Todo ello da forma a un espectáculo multicolor junto con sus puestos de frutas ofreciendo al visitante zumos de naranja a discreción entre el humo y el aire viciado del entorno. Esta noche en uno de los cafés con vista a la plaza no podemos empezar sin tomar un “whisky marroquí” o sea un té elaborado con hierbabuena, muy aromático y agradable al paladar. Esa noche y de forma inesperada, en cuestión de minutos, unas voluminosas nubes enturbian el cielo de Marrakesh y descargan tan fuerte aguacero que modifican los planes de la expedición.
Al segundo día y teniendo en cuenta las inclemencias meteorológicas acordamos posponer el ataque al Atlas tras arduas deliberaciones. Seguidamente alquilamos un coche y nos encaminamos hacia el Sáhara serpenteando por la ruta de las Kashbas -antiguas fortalezas, hoy la mayoría abandonadas- Así, pasando por Uarzazate rodamos rumbo a Tinerhir donde reponemos fuerzas.





La hospitalidad de los musulmanes se pone de manifiesto ofreciéndonos un cuscús para la cena, y acto seguido ascendemos a la Gran Duna, lo que nos lleva una media hora. Desde el silencio sepulcral de estos parajes admiramos la Luna llena y ese cielo estrellado con Orión, la Osa Mayor, la estrella Polar e incluso Oscar asegura que puede observarse, poco antes del amanecer, la Cruz del Sur. Al poco rato descendemos y nos vamos al “sobre”.
Levantándonos a las cinco para ver amanecer en el Sahara, disparamos las diapositivas de rigor y nos bajamos a desayunar nuestra tortilla bereber. Por estos vericuetos se ofrece al turismo la posibilidad de un recorrido con los dromedarios haciendo noche en pleno desierto, en las llamadas jaimas (tiendas de campaña usadas por los beduinos) bajo el cielo protector. La travesía Merzuga-Zagora en dromedario es una de las clásicas pero requiere diez días según los lugareños, nosotros no contamos con tanto tiempo.
Proseguimos el periplo del neumático y a pesar de encontrarnos en primavera la temperatura es de 30ºC, lo cierto es que ahora se registra la máxima afluencia de visitantes ya que meses más tarde el calor de las arenas es insoportable. Continuando rumbo “uno ocho cero”, nos imbuimos en el atractivo del viajero-explorador al transitar caminos que no figuran en los mapas.
A partir de Rissani, surcamos un camino pedregoso rodeados por un océano de arenas rojizas, cuando aparece de forma siniestra, Pozo Blanco. El sitio en cuestión cuenta con un sistema de regadío propio, del que emerge abundante cultivo, parece privilegiado en estas coordenadas. Abandonando el lugar me releva al volante Luis Fernando, emprendiendo el regreso ante el temor de cruzar la frontera con Argelia, pues no existe delimitación ninguna en el desierto más grande del mundo. Por la noche cenamos en Rich.


Antes de alcanzar la ciudad de Beni-Mellal para pernoctar, cruzamos varios pueblecitos típicos de la orografía del Medio Atlas, con artesonados de madera y revestimientos de estuco. Oímos el muecín llamando al rezo, lo cual hace cinco veces al día.
La jornada siguiente no aporta variación significativa con el tiempo, pero encierra gran aliciente con la visita a las cataratas de Ouzoud donde los saltos de agua se suceden en una altura de 110m. Un embarrado camino nos conduce a la zona más baja donde es posible bañarse si el tiempo acompaña. Pocas horas después llegamos a Marrakesh.


Son las 07:00 y el panorama para acceder a la montaña es pesimista en extremo, llueve a raudales, desayunamos y acudimos al banco a realizar el último cambio, nuestro euro pisa fuerte y equivale a diez dirham. Buscando el autobús para Asni no encontramos informador fidedigno y optamos por contratar un taxi.
Cuando llegamos nos asaltan los comerciantes de fortuna, nos preguntan por nuestra ropa y los mosquetones les gustan mucho, llegando a dar pulseras de plata a cambio, tampoco nos fiamos mucho de su autenticidad. El caso es que la siguiente parada es en Imlil, necesitamos transporte y abundan los intermediarios con el único propósito de estafar a los turistas. En principio nos ofrecen una furgoneta descubierta en la que no llevarían ni a los cerdos, hacemos una hora de tiempo para calmar los ánimos y por cincuenta dirham conseguimos algo digno. Posteriormente, al regresar descubrimos que el precio de la furgoneta de línea es de quince dirham.
Imlil parece extraído de un cuento de hadas y los cuatro exploradores de la comunidad española nos inmiscuimos en sus entrañas viéndonos inmersos en sus costumbres vernáculas. No te sientes forastero en ningún momento, sus habitantes están muy agradecidos a las montañas y se aprecian rápido los indicios del progreso que aporta el turismo por la llamada de las cumbres.


Providencialmente la naturaleza se porta y amanece soleado, no hay tiempo que perder, iniciamos el periplo de las botas. Durante la primera hora dejamos atrás los últimos núcleos de población y llegamos al “Santuario”, una venta con alguna que otra casa ofreciendo víveres y mulas para porteos, también observamos una curiosa roca blanca llamada por los lugareños “la piedra de la fertilidad”. A partir de aquí la nieve irrumpe en nuestro camino y será fiel compañera hasta nuestro regreso. Con un sol tan incisivo la reflexión es avasalladora y a pesar de las gafas y la crema protectora nadie escapa al efecto abrasador de sus rayos. Al cabo de unas horas tras superar el último collado se divisa el refugio donde nos acomodamos y almorzamos.
Seguramente diseñado por los franceses, la construcción es bastante confortable, es el momento de intercambiar opiniones y comentarios con otros montañeros. Hay franceses, alemanes y españoles que con el rostro descompuesto nos explican que llevan 3 días esperando el ataque a la cumbre y finalizados sus permisos emprenden el regreso. A este respecto tengo que decir que antes de la expedición oí comentarios acerca del citado pico, restándole importancia, incluso que era un paseo similar a la ruta al Cares. El Toubkal es un cuatro mil de corte alpino y se le debe tener todo el respeto que requiere una gran montaña.


Texto: Javier Fernández López
Fotografía: Óscar Díez Higuera
(Publicado en el Diario de León el 22 de septiembre del 2002)
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